El Rey del palacio de invierno
Ahora comprendo y albergo sensaciones que antes no tenían ni siquiera cabida, ahora sé porque dicen que cuando tiene que ser, simplemente es.
A menudo cierro los ojos para poder ver, ambos sabemos que el mirar es algo que se va aprendiendo con el tiempo y los veranos, con intenciones y por sentimientos, por grandes personas que dejaron como legado valiosas lecciones cuales sabios maestros.
Dime que cuando el día se desborda de belleza tú estás tras alguna nube tirando hilos y desplegando velas, dime que estás y sientes, que nunca acabarás de difuminarte de este recuerdo que siento tan vivo, recuerdo que sigue quemando con la misma fuerza, lacerando y provocando el mismo daño.
Dime que también me echas de menos, dime que el cielo no es un buen lugar si no podemos ver juntos esa película por enésima vez, si no podemos jugar a las cartas y que el amanecer nos sorprenda ebrios y con los labios rojos, dime que la lluvia no te moja, dime que sientes cómo late mi corazón.
Me gusta el otoño porque me perfuma de nostalgia, porque las hojas caen sabiendo que un día se mantuvieron firmes, pero no olvidan que el tiempo pasa incluso para ellas, aceptan su misión sin querer cambiarla, disfrutan plenamente de cada uno de los días en los que brillan verdes y majestuosas, tersas y elegantes, disfrutan de su eterno ahora.
Mi estación favorita, supongo que por eso te marchaste durante ella, para que me doliera un poco menos, para que cuando necesitase mirar atrás, el camino de tu partida estuviese impregnado de hojas de cien colores, para que la brisa trajera aromas de madera y gardenia, para que la luz que se grabara en mi retina fuese ocre, violeta y pálida.
Echo de menos arreglarte el foulard frente al espejo cada vez que nos disponíamos a descubrir nuevos restaurantes, echo de menos sentarme sobre el mármol del lavabo y observar cómo te arreglabas, mirarte y pensar, yo voy por este bobo daba la vida, sonreírte cuando me guiñabas un ojo.
Uno goza en la memoria porque a veces ésta contiene la clave de la felicidad.
Chavela lo desgarra en ese visceral "Tu me acostumbraste", y tuvo que sentirlo para cantarlo así, vaya que si tuvo que sentirlo, de lo contrario hubiese sido mejor actriz que cantante y eso son palabras muy mayores. La canción, el sentimiento puro, la rabia, la impotencia, el desconsuelo, el dolor, todo aglutinado por esa voz rota que el tequila no pudo ahogar.
Apuesto a que me miras y sonríes, claro, para ti es fácil, sabes dónde mirar, en cambio yo quemo mis retinas tratando de descubrirte, escruto cada nube por si algún pie asoma entre despistado y travieso, de momento no he tenido suerte, pero sé que alguna mañana, cuando no lo esperes y el café siga estando demasiado caliente, cuando tenga que soplar, lo haré tan fuerte que barreré la nube tras la que te escondes, ese día volveré a verte y no podrás rehuir mi mirada, ese día no podrás decirme que prefieres que no te vea así, porque no sabes cuánto duele eso.
Aceptar tu voluntad muriéndome por dentro.
Despedirse de ti sabiendo que no volvería a ver tu rostro bajo el sol, sabiendo que jamás podría tener la ocasión de observar la forma en la que arrugabas la nariz cuando no sabías cómo decirme algo, te conocía tanto que hasta eso sabía.
Él habla mucho conmigo, y en nuestras largas charlas siempre reconoce que sentía un poco de envidia por la forma en la que nos queríamos, dice que nunca vio a dos personas quererse tanto, yo le digo para animarle que vosotros os queríais también así, que al ser pareja, lo vuestro era más intenso e idílico, me sonríe, me acaricia el pelo y me dice en ese francés tan elegante suyo: Tu es mignonne Nines.
Quiero compartir mi felicidad contigo, quiero que nos acabemos una botella de vino mientras te describo con todo lujo de detalles qué es el amor, porque tu igual crees que lo sabes, pero te aseguro que no tienes ni idea, que es un poco lo que me pasaba a mi antes de amar con los ojos cerrados y el alma abierta.
Te diré que es respuesta sin pregunta, seguridad sin duda, es un viaje que se improvisa, una comida con los dedos, un deseo loco de verano, ganas de atrapar el sol, tumbarse bajo la lluvia y coger un puñado de tierra, es risa y deseo, ganas y una locura hermosa, bonita, revuelta, salvaje, única.
Son mariposas en el ombligo, latidos en la sien, ojos eclipsando a todos los faros, barcos despistados por el resquicio de un leve parpadeo.
Viviré mis días y parte de los tuyos como aprendimos a hacer.
Brindaremos por ti, por lo que fue, por lo que se forjó, y por lo que con orgullo vivirás.
Y eterno, porque cada una de mis sístoles cobija tus diástoles y ahora que en uno latimos tres, levantaremos las copas y brindaremos en dirección a la orilla sagrada, desde la que el destino nos observa con satisfacción, seguiremos vivos, esa será nuestra gran victoria.
Vuelve a tu palacio de invierno, mi querido Rey.
A menudo cierro los ojos para poder ver, ambos sabemos que el mirar es algo que se va aprendiendo con el tiempo y los veranos, con intenciones y por sentimientos, por grandes personas que dejaron como legado valiosas lecciones cuales sabios maestros.
Dime que cuando el día se desborda de belleza tú estás tras alguna nube tirando hilos y desplegando velas, dime que estás y sientes, que nunca acabarás de difuminarte de este recuerdo que siento tan vivo, recuerdo que sigue quemando con la misma fuerza, lacerando y provocando el mismo daño.
Dime que también me echas de menos, dime que el cielo no es un buen lugar si no podemos ver juntos esa película por enésima vez, si no podemos jugar a las cartas y que el amanecer nos sorprenda ebrios y con los labios rojos, dime que la lluvia no te moja, dime que sientes cómo late mi corazón.
Me gusta el otoño porque me perfuma de nostalgia, porque las hojas caen sabiendo que un día se mantuvieron firmes, pero no olvidan que el tiempo pasa incluso para ellas, aceptan su misión sin querer cambiarla, disfrutan plenamente de cada uno de los días en los que brillan verdes y majestuosas, tersas y elegantes, disfrutan de su eterno ahora.
Mi estación favorita, supongo que por eso te marchaste durante ella, para que me doliera un poco menos, para que cuando necesitase mirar atrás, el camino de tu partida estuviese impregnado de hojas de cien colores, para que la brisa trajera aromas de madera y gardenia, para que la luz que se grabara en mi retina fuese ocre, violeta y pálida.
Echo de menos arreglarte el foulard frente al espejo cada vez que nos disponíamos a descubrir nuevos restaurantes, echo de menos sentarme sobre el mármol del lavabo y observar cómo te arreglabas, mirarte y pensar, yo voy por este bobo daba la vida, sonreírte cuando me guiñabas un ojo.
Uno goza en la memoria porque a veces ésta contiene la clave de la felicidad.
Chavela lo desgarra en ese visceral "Tu me acostumbraste", y tuvo que sentirlo para cantarlo así, vaya que si tuvo que sentirlo, de lo contrario hubiese sido mejor actriz que cantante y eso son palabras muy mayores. La canción, el sentimiento puro, la rabia, la impotencia, el desconsuelo, el dolor, todo aglutinado por esa voz rota que el tequila no pudo ahogar.
Apuesto a que me miras y sonríes, claro, para ti es fácil, sabes dónde mirar, en cambio yo quemo mis retinas tratando de descubrirte, escruto cada nube por si algún pie asoma entre despistado y travieso, de momento no he tenido suerte, pero sé que alguna mañana, cuando no lo esperes y el café siga estando demasiado caliente, cuando tenga que soplar, lo haré tan fuerte que barreré la nube tras la que te escondes, ese día volveré a verte y no podrás rehuir mi mirada, ese día no podrás decirme que prefieres que no te vea así, porque no sabes cuánto duele eso.
Aceptar tu voluntad muriéndome por dentro.
Despedirse de ti sabiendo que no volvería a ver tu rostro bajo el sol, sabiendo que jamás podría tener la ocasión de observar la forma en la que arrugabas la nariz cuando no sabías cómo decirme algo, te conocía tanto que hasta eso sabía.
Él habla mucho conmigo, y en nuestras largas charlas siempre reconoce que sentía un poco de envidia por la forma en la que nos queríamos, dice que nunca vio a dos personas quererse tanto, yo le digo para animarle que vosotros os queríais también así, que al ser pareja, lo vuestro era más intenso e idílico, me sonríe, me acaricia el pelo y me dice en ese francés tan elegante suyo: Tu es mignonne Nines.
Te diré que es respuesta sin pregunta, seguridad sin duda, es un viaje que se improvisa, una comida con los dedos, un deseo loco de verano, ganas de atrapar el sol, tumbarse bajo la lluvia y coger un puñado de tierra, es risa y deseo, ganas y una locura hermosa, bonita, revuelta, salvaje, única.
Son mariposas en el ombligo, latidos en la sien, ojos eclipsando a todos los faros, barcos despistados por el resquicio de un leve parpadeo.
Viviré mis días y parte de los tuyos como aprendimos a hacer.
Brindaremos por ti, por lo que fue, por lo que se forjó, y por lo que con orgullo vivirás.
Y eterno, porque cada una de mis sístoles cobija tus diástoles y ahora que en uno latimos tres, levantaremos las copas y brindaremos en dirección a la orilla sagrada, desde la que el destino nos observa con satisfacción, seguiremos vivos, esa será nuestra gran victoria.
Vuelve a tu palacio de invierno, mi querido Rey.
“Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así.”
Ray Bradbury
Nice pictures.lovely written.
ResponderEliminarTriste, profundo y precioso ...todo a la vez...saludos
ResponderEliminarTodo a la vez, si, en efecto...luz y sombre querida Miriam.
EliminarSaludos y gracias por pasarte por ésta que es, tu casa.
Seguro que el Rey del palacio de invierno, te recuerda.
ResponderEliminar¡Bravo!
Muchas gracias Fernando :)
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