Ella
Su casa siempre fue un refugio, un lugar apartado de todo lo que podía alterarte, un lugar en
donde el tiempo no entendía de relojes
ni de horarios, un lugar exento de
problemas. Siempre fue un hogar
que olía a puchero, carbón y “Heno de Pravia”.
Dicen que la infancia es el patio al que sales a jugar
cuando eres adulto. El patio al que yo
me asomo una y otra vez cuando me muevo entre tormentas, es una casa antigua
con la fachada blanca y las puertas marrones, una casa alta y estrecha con
balcones llenos de geranios, una casa con colchones de muelles y cabeceros de
hierro forjado, una ducha que nunca entendió de puntos medios, o te congelabas
o te hervías como una langosta, un desván que me daba un miedo horroroso pues
estaba convencida (aun lo estoy) de que decenas de ratas bigotudas se confabulaban
en pequeños ejércitos para asaltar la despensa mientras dormíamos, una cocina
cuyos fuegos siempre estaban encendidos, en los que se cocinaba siempre algo,
un brasero encendido cuyas brasas me encantaba remover, brasas que siempre
negaba haber removido pues no tenía mucho arte y conseguía apagarlo. A ese
patio me asomo cuando tengo una tarde rara.
Y en ese patio la casa, y en esa casa ella, mi gran madre,
la mujer que más admiro, mi abuela.
Mereces un libro, el más bonito de todos, el más emotivo,
puro, sincero, mereces el más grande de los reconocimientos, el mejor monumento, la tarta más perfecta y
el ramo más cuidado, mereces todas las sonrisas y el sonido de veinte mil
aplausos, mereces el cielo y parte de esta tierra. Mereces y vales cada una de
las lágrimas que derramo cuando pienso que algún día ya no podré abrazarte, la
impotencia que me provoca que ya no sepas quien soy y sobre todo que hayas
olvidado quien has sido tú. Y siempre odiaré al Alzheimer por haberte privado de tu identidad.
De ti aprendí el valor de lo pequeño, de lo que no se dice,
de ser dueña de tu vida, de no conformarte, de sonreír pese a todo, pese a
nada, pero sonreír siempre, de ti aprendí que las cosas buenas cuestan y
tardan, que un guiso ha de hacer “chup chup” y que la maleta debe llenarse de
“por si acaso”, de ti aprendí a revisar unas veinte veces la documentación
cuando he de viajar y a sospechar de todo el que me mire raro cuando ya ha
oscurecido.
Imprimiré este post y lo dejaré encima de tu mesa redondita,
a su lado las gafas de concha marrón,
las que dices que no necesitas, por si acaso en algún momento el malvado
Alzheimer te da una tregua y recuerdas lo mucho que te gusta leer, para que sepas que tu vida ha sido el mejor
regalo para la nuestra.
Te amo abuela.
Preciosas y muy emotivas palabras. Tu abuela, aunque ese alemán que nos roba los recuerdos no le de tregua, lo sabe, seguro.
ResponderEliminarMuchas gracias, estoy segura ;) Un beso muy muy grande.
EliminarDios Angels,que maravilla y que gusto has tenido para escribir cada palabra se nota que salen del alma.Sigue queriendola mucho,porque aunque no te conozca,las muestras de cariño si las percibe,besitos para las dos
ResponderEliminarLloré mucho Rufi, la querré siempre. Un beso enorme y muchas gracias!
EliminarAngels,
ResponderEliminarEs mucho más que emotivo.
Es la prueba de que si se siembra la esencia de la vida en un corazón de niño dará su fruto cuando crezca. Los afortunados que conservan su alma de niño disfrutan, a través de los recuerdos, de todos aquellos olores y sabores que no olvidarán nunca.
Gracias por mostrar ese pedacito de árbol cuyas flores tienen el color de la verdad.
Ella se sentirá orgullosa de lo que se convirtió aquello que sembró en tí.
Besos.
Me has emocionado! Muchas gracias, lo cierto es que sembró mucho, y sin pedir que floreciese nada, ella solo sembró... Un besazo!
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