De todo
De las tardes en bosques de hojas caducadas y colores intensos.
De la luz que asoma pero no altera.
De las manos fuertes que no dicen adiós.
De la capacidad de renacer.
De las palabras que no se dicen, las que se intuyen, las innecesarias, las que sobran.
De las miradas en las que uno puede quedarse a vivir, de las que envuelven, las que te arropan en las noches frías, las imprescindibles.
De la risa que brota, la pura, la poderosa, la libre y loca.
De lo gris bajo los pies, de la fuerza y las ganas, del verde que asoma, del rojo que da calor, de tu blanco, de mi azul.
De las flores que nacen, de su belleza, de su absoluta perfección, de los largos tallos, de las rosas con espinas, de los bulbos enterrados, de su hibernación, de la espera.
De los amigos que acuden, de los abrazos cálidos, del llanto compartido, del café malo, del dolor que une, del amor inmenso, del no dejarte pensar a solas, del brazo que anuda tu cintura, de las manos en la cara, de la absoluta complicidad.
De los milagros que existen, de la vida que te mira, del manto que te cubre, de las promesas, de la ayuda que no pides.
Del amor que no entiende de límites, del amor que no caduca, del amor que nace una y otra vez, del amor eterno, del amor en el alma, del amor que se lucha y llora, el amor que algunos jamás entenderán.
De la entrega y rendición, del todo porque el nada me mata, de lo que no puedes perder, de lo que forma parte de tu latir, de lo que compone la sonrisa, el agua de tus lagrimas, la sal en tus heridas, tu pan, mi vino.
El perdón que no se da, la pregunta que no se hace, las dudas en el aire, el miedo en el bolsillo, el rencor en la mirada, y la entrega alquilada.
De los días que no se llenaron, de las tardes vacías, de las noches soñadas y heridas.
De los sueños que se guardan porque algún día harán falta.
De las llaves viejas que algún día abrirán las puertas nuevas.
De todo lo que soy.
De la luz que asoma pero no altera.
De las manos fuertes que no dicen adiós.
De la capacidad de renacer.
De las palabras que no se dicen, las que se intuyen, las innecesarias, las que sobran.
De las miradas en las que uno puede quedarse a vivir, de las que envuelven, las que te arropan en las noches frías, las imprescindibles.
De la risa que brota, la pura, la poderosa, la libre y loca.
De lo gris bajo los pies, de la fuerza y las ganas, del verde que asoma, del rojo que da calor, de tu blanco, de mi azul.
De las flores que nacen, de su belleza, de su absoluta perfección, de los largos tallos, de las rosas con espinas, de los bulbos enterrados, de su hibernación, de la espera.
De los amigos que acuden, de los abrazos cálidos, del llanto compartido, del café malo, del dolor que une, del amor inmenso, del no dejarte pensar a solas, del brazo que anuda tu cintura, de las manos en la cara, de la absoluta complicidad.
De los milagros que existen, de la vida que te mira, del manto que te cubre, de las promesas, de la ayuda que no pides.
Del amor que no entiende de límites, del amor que no caduca, del amor que nace una y otra vez, del amor eterno, del amor en el alma, del amor que se lucha y llora, el amor que algunos jamás entenderán.
De la entrega y rendición, del todo porque el nada me mata, de lo que no puedes perder, de lo que forma parte de tu latir, de lo que compone la sonrisa, el agua de tus lagrimas, la sal en tus heridas, tu pan, mi vino.
El perdón que no se da, la pregunta que no se hace, las dudas en el aire, el miedo en el bolsillo, el rencor en la mirada, y la entrega alquilada.
De los días que no se llenaron, de las tardes vacías, de las noches soñadas y heridas.
De los sueños que se guardan porque algún día harán falta.
De las llaves viejas que algún día abrirán las puertas nuevas.
De todo lo que soy.
Has hecho una ventana a ese rico mundo que tienes dentro... gracias por dejarnos mirar.
ResponderEliminarA veces el interior se desborda Sr. Llumiquinga.
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