Esto también pasará
En los malos momentos, en las situaciones que absorben el alma y la destilan en lluvia, uno debe procurarse un buen cobijo, un lugar en el que todo te aporte y nada pueda restarte.
El olor de una cocina que aunque ya no se use como antes, sigue oliendo a tus pucheros, una casa de paredes de piedra y vigas desgastadas, unas paredes blancas que pintábamos todos los veranos, tarea de la que siempre intentaba escabullirme, pero tus chantajes y sobornos siempre acababan funcionando.
Las meriendas que nos preparabas, aquel pan de miga prieta y corteza tostada, nuestro aceite de casa, el de las pequeñas arbequinas, cerrar los ojos y morder un tomate, sentir el aire en la cara, el sol calentando unas pálidas mejillas y el sabor de una vida concentrado en una merienda.
Las tardes de juegos y rodillas lesionadas, aquellas tiritas horribles que eran esparadrapo puro, ay que dolor cuando te las quitaban, por aquel entonces todos los niños estábamos hechos de otra pasta, nos las arreglábamos con cualquier cosa, una pelota y unas gomas eran juguetes más que suficientes para pasar todo un verano, y disfrutábamos como si el mundo no fuera a hacerse mayor, como si nunca fuese a volverse a veces en un lugar injusto.
Echo de menos todo aquello.
Echo de menos la inocencia.
Echo de menos la pureza de las cosas.
Echo de menos que te asomaras a la ventana y gritaras un ensordecedor "A cenar".
Echo de menos lo que tú me contabas y lo que yo aprendía.
Echo de menos que no sepas como me llamo.
Volvería a vivir en aquellas calles empinadas, volvería a quejarme del calor del verano y del frío del invierno, de que el brasero no calentaba suficiente, de que la ducha te soltaba siempre un chorro de agua fría cuando menos lo esperabas, volvería a las tardes de delantales compartidos, en las que tu me enseñabas todo lo que ahora se, te debo tanto.
Recuerdo todo, recuerdo más cosas de las que tu imaginas, detalles absurdos para un adulto pero determinantes para un niño, tu paciencia con mi imposible ganchillo, la risa que te daba cuando yo me quejaba argumentando con mucho arte (todo hay que decirlo) que para que narices tenía yo que aprender a tejer, un ya me lo agradecerás por respuesta.
Ahora tejo porque me encanta, y cuando estoy nerviosa hago bufandas, creo que le he hecho para todo el mundo, tu siempre estrenas una cada semana, y a veces me miras y sonríes, y en ese momento y aunque no seas consciente, a mi se me enciende el alma como la torre Eiffel cuando se viste de gala.
Echo de menos tus consejos.
Echo de menos no poder pedírtelos.
Echo de menos tu mano en mi cara.
Echo de menos tus "Esto también pasará".
Voy a terminar de preparar tu pastel favorito e iré a verte, cogeré tu mano fuerte mientras me preguntas quien soy yo, te sonreiré como hago siempre y te diré que no hace falta que disimules que se que lo sabes de sobra. Mirarás sin ver nada en concreto, te quedarás un momento pensando, luego me dirás que te corte un trozo de pastel porque no recuerdas si hoy has comido, te acariciaré el pelo y te diré que entonces te cortaré dos.
El olor de una cocina que aunque ya no se use como antes, sigue oliendo a tus pucheros, una casa de paredes de piedra y vigas desgastadas, unas paredes blancas que pintábamos todos los veranos, tarea de la que siempre intentaba escabullirme, pero tus chantajes y sobornos siempre acababan funcionando.
Las meriendas que nos preparabas, aquel pan de miga prieta y corteza tostada, nuestro aceite de casa, el de las pequeñas arbequinas, cerrar los ojos y morder un tomate, sentir el aire en la cara, el sol calentando unas pálidas mejillas y el sabor de una vida concentrado en una merienda.
Las tardes de juegos y rodillas lesionadas, aquellas tiritas horribles que eran esparadrapo puro, ay que dolor cuando te las quitaban, por aquel entonces todos los niños estábamos hechos de otra pasta, nos las arreglábamos con cualquier cosa, una pelota y unas gomas eran juguetes más que suficientes para pasar todo un verano, y disfrutábamos como si el mundo no fuera a hacerse mayor, como si nunca fuese a volverse a veces en un lugar injusto.
Echo de menos todo aquello.
Echo de menos la inocencia.
Echo de menos la pureza de las cosas.
Echo de menos que te asomaras a la ventana y gritaras un ensordecedor "A cenar".
Echo de menos lo que tú me contabas y lo que yo aprendía.
Echo de menos que no sepas como me llamo.
Volvería a vivir en aquellas calles empinadas, volvería a quejarme del calor del verano y del frío del invierno, de que el brasero no calentaba suficiente, de que la ducha te soltaba siempre un chorro de agua fría cuando menos lo esperabas, volvería a las tardes de delantales compartidos, en las que tu me enseñabas todo lo que ahora se, te debo tanto.
Recuerdo todo, recuerdo más cosas de las que tu imaginas, detalles absurdos para un adulto pero determinantes para un niño, tu paciencia con mi imposible ganchillo, la risa que te daba cuando yo me quejaba argumentando con mucho arte (todo hay que decirlo) que para que narices tenía yo que aprender a tejer, un ya me lo agradecerás por respuesta.
Ahora tejo porque me encanta, y cuando estoy nerviosa hago bufandas, creo que le he hecho para todo el mundo, tu siempre estrenas una cada semana, y a veces me miras y sonríes, y en ese momento y aunque no seas consciente, a mi se me enciende el alma como la torre Eiffel cuando se viste de gala.
Echo de menos tus consejos.
Echo de menos no poder pedírtelos.
Echo de menos tu mano en mi cara.
Echo de menos tus "Esto también pasará".
Voy a terminar de preparar tu pastel favorito e iré a verte, cogeré tu mano fuerte mientras me preguntas quien soy yo, te sonreiré como hago siempre y te diré que no hace falta que disimules que se que lo sabes de sobra. Mirarás sin ver nada en concreto, te quedarás un momento pensando, luego me dirás que te corte un trozo de pastel porque no recuerdas si hoy has comido, te acariciaré el pelo y te diré que entonces te cortaré dos.
Comentarios
Publicar un comentario