El baúl
Ha pasado una semana desde que te fuiste y todo sigue el mismo ritmo, las calles continúan recorriéndose, las abuelas regañan a sus nietos por subirse a lugares poco recomendables, los geranios pierden parte de sus pétalos en forma de escarcha multicolor, el sol empieza a quemar, las noches se vuelven húmedas y pegajosas, y los lunares se multiplican en mi piel.
La ausencia del sillón que vive triste por el abandono sufrido, el pájaro que no tiene a quien cantar, el panadero que ya no te guarda la barra más tostada, la casa vacía sin tu risa.
Extraño coger tu mano y acariciar tus largos dedos, dicen que yo tengo tus manos, pero no estoy nada de acuerdo, las tuyas eran infinitamente más bonitas. Extraño sentarme a tu lado y contarte un sinfín de cosas, sé que algunas no las comprendías, que no les encontrabas ni el sentido ni el porqué, pero sé también que en los momentos de tregua sonreías por los recuerdos que desfilaban impacientes ante tus bondadosos ojos, sonreías por lo mayores que nos habíamos hecho.
Me cuentan que ese baúl es para mi, que sólo mío es su contenido y debo confesarte que no me atrevo a abrirlo, recuerdo que me reñías siempre porque me encantaba abrirlo y cotillear su contenido, sin saber que guardabas ahí parte de tus recuerdos más valiosos, restos de tu gran amor vivido, restos del naufragio que tuviste que vivir.
Me lavo la cara con agua fría pues los recuerdos duelen y las lágrimas son fáciles de conseguir, me observo detenidamente en el espejo, es el mismo espejo que años atrás veía como tu me peinabas, yo me enfadaba por los tirones que me dabas, sonrío, sigo viendo a la niña que fui, sigo viéndote detrás de mi, con tus gafas marrones y tu bata de flores.
Me quedo sola en la casa, el silencio me envuelve en un manto cálido que me calienta el corazón, me llega tu perfume, inspiro profundamente porque quiero absorberlo todo, quiero llevarlo conmigo y que mis células lo conserven siempre en su memoria, que lo tenga a mano para las tardes que duelen, para los momentos duros, para cuando yo necesite hablar contigo y contarte algo.
Me preparo un café en la vieja cafetera, lo cierto es que me sorprende que siga funcionando, me sorprende que sepa aun como hacer su trabajo, pero lo cierto es que pocas veces he probado un café mejor, me asomo a la ventana de la cocina, tus plantas siguen ahí, con sus flores vueltas como si aguardasen tu regreso, las riego pacientemente, hablándoles como tú solías hacer, les cuento que no volverás, pero que me las llevaré conmigo para que conozcan otras tierras, una mariquita vuela hacía mi dedo, creo que puedo interpretarlo como una señal de conformidad.
Subo los peldaños que van crujiendo bajo mis pies, los quejidos de una madera que protesta por el paso del tiempo, una madera decapada que conserva aun todo su esplendor, recorro el pasillo y veo el baúl, como en antaño, me siento en el suelo con las piernas cruzadas y siento la emoción que siempre me invadía cuando lo investigaba, ahora es diferente, ahora tengo permiso para hacerlo, ahora es mío y curiosamente me produce más respeto que nunca.
Abrirlo me provoca un pellizco enorme en el estómago, lo primero que veo es una foto de nosotras juntas, las tres, tú, mi hermana y yo, era tu baúl y en él guardabas lo más valioso, para ti éramos nosotras. Recupero poco a poco la serenidad y voy extrayendo cosas de su interior, unas agujas de tejer, una madeja de lana verde, y con ella mis primeros intentos por conseguir que aquello acabara convirtiéndose en algo útil, la sonrisa que me desborda el rostro al recordarlo todo, las cartas que te escribías con el abuelo antes de casarte con él, el privilegio que para mi supone tenerlas conmigo, un par de álbumes de fotos de nuestros viajes, tus viejas gafas, una colcha que me bordaste con hilos de todos los colores tal y como yo quería, algunos documentos de notarios que no me interesa leer, tu dedal de plata, un libro de cocina que te compraste con tu primer sueldo cuyas ilustraciones son realmente preciosas, un par de libros polvorientos con hojas desgastadas de tanto releerse, sé lo importantes que eran para ti, sé lo que significaban, entiendo el valor que les dabas, otra lágrima rueda mejilla abajo.
Paso el resto de la tarde sacando cosas, y deteniendo el tiempo con ellas en la mano, cada objeto aviva mi mente y unos cien recuerdos salen a desfilar.
Pienso en ti, en lo que debes estar pensando ahora mismo, seguramente me dirías "Niña ve yéndote a casa, no me gusta que conduzcas de noche", te haré caso.
El camino de vuelta siempre es el que más cuesta.
El camino de vuelta es siempre el más largo.
El camino de vuelta es el más triste.
La calma llega con una canción que me gusta a rabiar y que siempre canto frenéticamente, los árboles se inclinan a los lados abriendo el paso, el atardecer y sus ocres van virando a elegantes morados, y un aroma de hierba fresca y lavanda se cuela por mi nariz, sé que es el tuyo porque la lavanda en ti olía diferente, olía a vida, a rocío de la mañana, a meriendas en el campo, a pan con tomate, a risas bajo faroles de colores, a limón y vino. Las flores que transporto a mi lado también lo han percibido y se abren radiantes para aspirarlo, la noche nos alcanza con un guiño de luz, calor y un hilo largo de plata que algún avión despistado deja en el cielo.
La ausencia del sillón que vive triste por el abandono sufrido, el pájaro que no tiene a quien cantar, el panadero que ya no te guarda la barra más tostada, la casa vacía sin tu risa.
Extraño coger tu mano y acariciar tus largos dedos, dicen que yo tengo tus manos, pero no estoy nada de acuerdo, las tuyas eran infinitamente más bonitas. Extraño sentarme a tu lado y contarte un sinfín de cosas, sé que algunas no las comprendías, que no les encontrabas ni el sentido ni el porqué, pero sé también que en los momentos de tregua sonreías por los recuerdos que desfilaban impacientes ante tus bondadosos ojos, sonreías por lo mayores que nos habíamos hecho.
Me cuentan que ese baúl es para mi, que sólo mío es su contenido y debo confesarte que no me atrevo a abrirlo, recuerdo que me reñías siempre porque me encantaba abrirlo y cotillear su contenido, sin saber que guardabas ahí parte de tus recuerdos más valiosos, restos de tu gran amor vivido, restos del naufragio que tuviste que vivir.
Me lavo la cara con agua fría pues los recuerdos duelen y las lágrimas son fáciles de conseguir, me observo detenidamente en el espejo, es el mismo espejo que años atrás veía como tu me peinabas, yo me enfadaba por los tirones que me dabas, sonrío, sigo viendo a la niña que fui, sigo viéndote detrás de mi, con tus gafas marrones y tu bata de flores.
Me quedo sola en la casa, el silencio me envuelve en un manto cálido que me calienta el corazón, me llega tu perfume, inspiro profundamente porque quiero absorberlo todo, quiero llevarlo conmigo y que mis células lo conserven siempre en su memoria, que lo tenga a mano para las tardes que duelen, para los momentos duros, para cuando yo necesite hablar contigo y contarte algo.
Subo los peldaños que van crujiendo bajo mis pies, los quejidos de una madera que protesta por el paso del tiempo, una madera decapada que conserva aun todo su esplendor, recorro el pasillo y veo el baúl, como en antaño, me siento en el suelo con las piernas cruzadas y siento la emoción que siempre me invadía cuando lo investigaba, ahora es diferente, ahora tengo permiso para hacerlo, ahora es mío y curiosamente me produce más respeto que nunca.
Abrirlo me provoca un pellizco enorme en el estómago, lo primero que veo es una foto de nosotras juntas, las tres, tú, mi hermana y yo, era tu baúl y en él guardabas lo más valioso, para ti éramos nosotras. Recupero poco a poco la serenidad y voy extrayendo cosas de su interior, unas agujas de tejer, una madeja de lana verde, y con ella mis primeros intentos por conseguir que aquello acabara convirtiéndose en algo útil, la sonrisa que me desborda el rostro al recordarlo todo, las cartas que te escribías con el abuelo antes de casarte con él, el privilegio que para mi supone tenerlas conmigo, un par de álbumes de fotos de nuestros viajes, tus viejas gafas, una colcha que me bordaste con hilos de todos los colores tal y como yo quería, algunos documentos de notarios que no me interesa leer, tu dedal de plata, un libro de cocina que te compraste con tu primer sueldo cuyas ilustraciones son realmente preciosas, un par de libros polvorientos con hojas desgastadas de tanto releerse, sé lo importantes que eran para ti, sé lo que significaban, entiendo el valor que les dabas, otra lágrima rueda mejilla abajo.
Paso el resto de la tarde sacando cosas, y deteniendo el tiempo con ellas en la mano, cada objeto aviva mi mente y unos cien recuerdos salen a desfilar.
Pienso en ti, en lo que debes estar pensando ahora mismo, seguramente me dirías "Niña ve yéndote a casa, no me gusta que conduzcas de noche", te haré caso.
El camino de vuelta siempre es el que más cuesta.
El camino de vuelta es siempre el más largo.
El camino de vuelta es el más triste.
La calma llega con una canción que me gusta a rabiar y que siempre canto frenéticamente, los árboles se inclinan a los lados abriendo el paso, el atardecer y sus ocres van virando a elegantes morados, y un aroma de hierba fresca y lavanda se cuela por mi nariz, sé que es el tuyo porque la lavanda en ti olía diferente, olía a vida, a rocío de la mañana, a meriendas en el campo, a pan con tomate, a risas bajo faroles de colores, a limón y vino. Las flores que transporto a mi lado también lo han percibido y se abren radiantes para aspirarlo, la noche nos alcanza con un guiño de luz, calor y un hilo largo de plata que algún avión despistado deja en el cielo.
:) se que nunca se borrará su recuerdo de ese emplumado corazón tuyo y lo celebro :)
ResponderEliminarJamás :)
EliminarTienes una prosa exquisita y una manera de contar las cosas que te hace soñar con lo que cuentas en unos recuerdos que se dibujan solos al leerlos. Es un placer leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias Luis, te lo agradezco en el alma, para mi, es un placer leer comentarios así, no dejes de asomarte.
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