La aventura de la Calle Lomin
La noche anterior había sido incapaz de pegar ojo, últimamente le costaba bastante relajarse, era como si su cuerpo estuviera constantemente en guardia, siempre preparado para lo que pudiera pasar. Las tazas de café se convertían en una extensión de la mano que se acercaban a cualquier cafetera cercana para repostar, eso la mantenía en permanente estado de alerta e inquietud.
Dejarlo todo no es algo sencillo, pero empezar de nuevo, puede convertirse en una necesidad. Si eres capaz de adelantar las manecillas del reloj de la vida en unos cuantos años y no reconoces a la mujer que se aproxima, hay que poner en marcha y muy rápidamente el plan B.
El viejo coche olía a heno y tabaco, y avanzaba casi milagrosamente por la serpenteante carretera en una de esas mágicas tardes de finales de septiembre, no había ninguna nube que salpicara el inmaculado cielo azul y lo convirtiera en un perfecto lienzo en blanco para la imaginación y el ingenio, el sol brillaba débil y proyectaba sombras que se cruzaban en el camino trazando líneas horizontales sobre el desgastado asfalto. Algunas chimeneas lejanas exhalaban suspiros de humo grisáceo hacia el aire inmóvil, yo contemplaba el paisaje absorta y en completo silencio, pensando que la campiña nunca me había parecido más hermosa. Tras un par de km recorridos en los que dejamos atrás casas de piedra grisácea y múltiples rebaños de ovejas tan blancas como la nieve, giramos a la derecha y un viejo poste de madera clara anunció que había llegado a mi destino.
Un conjunto de casas de madera y piedra que se miraban unas a otras, un bar local que no invitaba a atreverse con ningún menú degustación y si me apuráis, con nada que no estuviera previamente envasado y esterilizado, una pequeña floristería que llenaba de colores y vida la fachada gris de la calle Lomin, y a lo lejos, se divisaba el esqueleto del viejo campanario de la iglesia y el infinito verde de sus prados llenándolo todo.
Hacía frío, el sol se retiraba poco a poco y un viento nada amable empezaba a soplar las calles contribuyendo así a que el pueblo pareciera aun mucho más fantasma, tan sólo un par de perros correteaban calle abajo, ajenos al frío y a mi presencia.
- Hemos llegado señorita, anunció una extraña y rota voz.
- Si, respondí tímidamente.
-¿Hay alguien esperándola?
- Me temo que no le sonreí tratando de infundirle la seguridad que a mi me faltaba.
- Tenga cuidado.
Reconozco que durante unos segundos estuve a punto de decirle que me llevara de vuelta al aeropuerto, que aquel viaje había sido una mala idea y que mis impulsos siempre me jugaban malas pasadas, pero en lugar de eso le sonreí y le dije que había sido muy amable.
La llave estaba justo detrás del lugar indicado, la entrada era pequeña pero muy coqueta, olía a limpio y jabón, y cortinas blancas llenas de flores cubrían cada ventana, los suelos eran de madera y una chimenea de piedra blanca me miraba desde el otro extremo, parecía en paz consigo misma, y aquello inexplicablemente le confirió una calidez al momento que me hizo sentir inmediatamente en casa.
Me quité la chaqueta y la dejé sobre el respaldo de la silla, me dispuse a abrir alacenas en busca de café, tazas y cerillas.
Con la cafetera ya en marcha, me acerqué hasta la ventana y contemplé la vista que iba a acompañarme durante las próximas semanas, otra casa clon de la mía se situaba enfrente, un par de ventanas iluminadas en la planta baja, y un precioso jardín lleno de jacintos y hortensias adornaban buena parte de la entrada, a su lado otra casa con peor fortuna, parecía deshabitada desde hacía mucho tiempo y las tejas habían empezado a caer convirtiendo el jardín en una especie de dominó anaranjado de arcilla. El césped musgoso crecía con fuerza por toda la calle, entre las piedras redondas y pulidas por el uso y el inexorable paso del tiempo, a los lados, e incluso abriéndose paso por debajo de los viejos castaños.
Tras comprobar que el café había completado su misión con éxito, apagué el fuego y me dispuse a subir las escaleras y deshacer la maleta, fui inspeccionando habitaciones, deslicé los dedos por el papel de la pared que tenía pinta de haber presenciado muchas historias.
Nostalgia, melancolía, esos fueron los primeros sentimientos que me invadieron, los dejé entrar, despacio, sin prisas, para eso había hecho ese viaje, para eso había traído a mis viejos fantasmas.
Encendí la chimenea y me abroché la vieja chaqueta de lana que siempre viajaba conmigo, con una humeante taza de café malísimo en la mano, coloqué el portátil sobre la mesa y uniendo mis manos por detrás de la cabeza, sonreí y empecé a escribir.
Dejarlo todo no es algo sencillo, pero empezar de nuevo, puede convertirse en una necesidad. Si eres capaz de adelantar las manecillas del reloj de la vida en unos cuantos años y no reconoces a la mujer que se aproxima, hay que poner en marcha y muy rápidamente el plan B.
El viejo coche olía a heno y tabaco, y avanzaba casi milagrosamente por la serpenteante carretera en una de esas mágicas tardes de finales de septiembre, no había ninguna nube que salpicara el inmaculado cielo azul y lo convirtiera en un perfecto lienzo en blanco para la imaginación y el ingenio, el sol brillaba débil y proyectaba sombras que se cruzaban en el camino trazando líneas horizontales sobre el desgastado asfalto. Algunas chimeneas lejanas exhalaban suspiros de humo grisáceo hacia el aire inmóvil, yo contemplaba el paisaje absorta y en completo silencio, pensando que la campiña nunca me había parecido más hermosa. Tras un par de km recorridos en los que dejamos atrás casas de piedra grisácea y múltiples rebaños de ovejas tan blancas como la nieve, giramos a la derecha y un viejo poste de madera clara anunció que había llegado a mi destino.
Hacía frío, el sol se retiraba poco a poco y un viento nada amable empezaba a soplar las calles contribuyendo así a que el pueblo pareciera aun mucho más fantasma, tan sólo un par de perros correteaban calle abajo, ajenos al frío y a mi presencia.
- Hemos llegado señorita, anunció una extraña y rota voz.
- Si, respondí tímidamente.
-¿Hay alguien esperándola?
- Me temo que no le sonreí tratando de infundirle la seguridad que a mi me faltaba.
- Tenga cuidado.
Reconozco que durante unos segundos estuve a punto de decirle que me llevara de vuelta al aeropuerto, que aquel viaje había sido una mala idea y que mis impulsos siempre me jugaban malas pasadas, pero en lugar de eso le sonreí y le dije que había sido muy amable.
La llave estaba justo detrás del lugar indicado, la entrada era pequeña pero muy coqueta, olía a limpio y jabón, y cortinas blancas llenas de flores cubrían cada ventana, los suelos eran de madera y una chimenea de piedra blanca me miraba desde el otro extremo, parecía en paz consigo misma, y aquello inexplicablemente le confirió una calidez al momento que me hizo sentir inmediatamente en casa.
Me quité la chaqueta y la dejé sobre el respaldo de la silla, me dispuse a abrir alacenas en busca de café, tazas y cerillas.
Con la cafetera ya en marcha, me acerqué hasta la ventana y contemplé la vista que iba a acompañarme durante las próximas semanas, otra casa clon de la mía se situaba enfrente, un par de ventanas iluminadas en la planta baja, y un precioso jardín lleno de jacintos y hortensias adornaban buena parte de la entrada, a su lado otra casa con peor fortuna, parecía deshabitada desde hacía mucho tiempo y las tejas habían empezado a caer convirtiendo el jardín en una especie de dominó anaranjado de arcilla. El césped musgoso crecía con fuerza por toda la calle, entre las piedras redondas y pulidas por el uso y el inexorable paso del tiempo, a los lados, e incluso abriéndose paso por debajo de los viejos castaños.
Tras comprobar que el café había completado su misión con éxito, apagué el fuego y me dispuse a subir las escaleras y deshacer la maleta, fui inspeccionando habitaciones, deslicé los dedos por el papel de la pared que tenía pinta de haber presenciado muchas historias.
Nostalgia, melancolía, esos fueron los primeros sentimientos que me invadieron, los dejé entrar, despacio, sin prisas, para eso había hecho ese viaje, para eso había traído a mis viejos fantasmas.
Encendí la chimenea y me abroché la vieja chaqueta de lana que siempre viajaba conmigo, con una humeante taza de café malísimo en la mano, coloqué el portátil sobre la mesa y uniendo mis manos por detrás de la cabeza, sonreí y empecé a escribir.
Huele a café y palabras reposadas que saben diferentes tras sus vacaciones. Me gusta la espesura de su narrativa y de como teje los tiempos...estaremos espectantes a los designios de esa máquina de escribir!! Un beso y feliz regreso��
ResponderEliminarOh! Muchas gracias Sr. Peiró, hemos crecido un poquito durante estas vacaciones, el blog también ;) Un beso grande y gracias por tomarse el café conmigo.
EliminarBienvenida tras tus merecidas vacaciones Angels. Un placer empezar las mañanas de nuevo con tus historias, tus pensamientos, tus ilusiones... Un beso!!
ResponderEliminarHola Fernando, que amable!! Muchísimas gracias, me alegra estar de vuelta también :)) Un beso y gracias por el recibimiento.
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