Pastores y Hobbits
Escribí del tirón, sin ser muy consciente de los sentidos y los porqués, me dejé llevar vaciando parte de un alma que viajaba con exceso de equipaje, tras estirar un poco el cuello, decidí investigar si había algo que pudiera alimentar en aquella cocina extraña.
Encontré un poco de pan tostado y unas cuantas latas que a pesar de su aspecto, no estaban caducadas, me dije que visitar un mercado sería la primera cosa que haría por la mañana, me llevé mi cena al salón, incorporé un par de troncos a la chimenea, la llama vaciló y las secas astillas crepitaron, asenté los troncos y el fuego cobró vida rápidamente.
Se palpaba la vida de aquella acogedora estancia, era como si hubiera estado aguardando el momento perfecto para recuperar su dorada presencia.
Las llamas creaban sombras que bailaban a mi alrededor, tras una serie indefinida de bostezos, comprobé que me hallaba muy cansada, había sido un día largo y el descanso de la noche anterior había brillado por su ausencia, estaba cansada, pero agradablemente cansada, segura y reconfortada por mi entorno, era como si la casa estuviese abrazándome en ese instante.
Subí a mi habitación con uno de los muchos libros que me había traído, ya en ella, me dejé caer en la cama y observé el techo, unas vigas anchas de madera conformaban el esqueleto de la estancia, colgada de una de ellas descendía una lámpara llena de esferas de cristal, lo primero que me vino a la cabeza fue la de polvo que eso debía almacenar.
Sentía inexplicablemente una especie de irrazonable y efusiva felicidad, culpé al cansancio y apagué la luz.
El nuevo día me sorprendió a caballo entre una resaca emocional y un jet lag profundo, tras una ojeada de inspección, comprobé que no me hallaba en mi cama y tras alargar la mano, comprobé que estaba sola, no es que no me acordara, pero es mejor asegurarse.
La ducha fue toda una experiencia sensorial, el agua tenía dos temperaturas, fría o muy fría, se que dicen que es buenísimo para la piel, para aumentar las defensas y para un montón de cosas más que siempre defienden los que pretenden no morirse nunca, pero, a esas horas la hubiera preferido menos inmunológicamente perfecta.
En el recibidor me vi envuelta en un frío penetrante que subía del suelo y se filtraba escalera arriba, apreté fuertemente la chaqueta contra mi pecho y tras estremecerme un par de veces y pensar en las múltiples ofertas turísticas que habían para la Riviera Maya, salí a las calles dispuesta a encontrar un lugar en el que tomar un café decente.
Fui dejando atrás una serie de casas realmente bonitas y encantadoras, debían ser de la última época georgiana y disponían de amplias parcelas y establos, pensé que yo me veía viviendo en el campo, hubiese sido la feliz esposa de un fornido pastor de ovejas, mi parcela hubiera estado llena de tulipanes de todos los colores, en el establo un par de yeguas chocolate a las que montar en las tardes soleadas, y perros y gallinas por todas partes, sonreí para mis adentros mientras pensaba que la cafeína me estaba descendiendo peligrosamente, al doblar una esquina hallé una especie de bar con una fachada llena de musgo que le confería un aspecto infantil y apacible, era algo así como una casa de Hobbits, caray, realmente era como si yo estuviera viviendo en La Comarca y fuera a cruzarme con Frodo en algún momento.
Tras un desayuno compuesto por un extraño zumo ocre, un café que hubiera despertado a Napoleón sin importar los años que llevara criando malvas y un bollo de hojaldre y miel que se pegaba entre mis dedos convirtiendo mi sagrado y silencioso desayuno en un concurso de claqué, pagué a un extraño hombrecillo con una piel tan blanca que parecía albino, una barba pelirroja y unos ojos pequeños y achinados que le proporcionaban un aspecto de genio, apostaba a que por las noches dormía en una dorada lámpara, me miraba de arriba a abajo mientras rechinaba una pregunta que empezaba por _ Essspayola?, asentí divertida y salí dispuesta a encontrar café y vino.
Esa iba a ser la única misión de la mañana.
Encontré un poco de pan tostado y unas cuantas latas que a pesar de su aspecto, no estaban caducadas, me dije que visitar un mercado sería la primera cosa que haría por la mañana, me llevé mi cena al salón, incorporé un par de troncos a la chimenea, la llama vaciló y las secas astillas crepitaron, asenté los troncos y el fuego cobró vida rápidamente.
Se palpaba la vida de aquella acogedora estancia, era como si hubiera estado aguardando el momento perfecto para recuperar su dorada presencia.
Las llamas creaban sombras que bailaban a mi alrededor, tras una serie indefinida de bostezos, comprobé que me hallaba muy cansada, había sido un día largo y el descanso de la noche anterior había brillado por su ausencia, estaba cansada, pero agradablemente cansada, segura y reconfortada por mi entorno, era como si la casa estuviese abrazándome en ese instante.
Subí a mi habitación con uno de los muchos libros que me había traído, ya en ella, me dejé caer en la cama y observé el techo, unas vigas anchas de madera conformaban el esqueleto de la estancia, colgada de una de ellas descendía una lámpara llena de esferas de cristal, lo primero que me vino a la cabeza fue la de polvo que eso debía almacenar.
Sentía inexplicablemente una especie de irrazonable y efusiva felicidad, culpé al cansancio y apagué la luz.
El nuevo día me sorprendió a caballo entre una resaca emocional y un jet lag profundo, tras una ojeada de inspección, comprobé que no me hallaba en mi cama y tras alargar la mano, comprobé que estaba sola, no es que no me acordara, pero es mejor asegurarse.
La ducha fue toda una experiencia sensorial, el agua tenía dos temperaturas, fría o muy fría, se que dicen que es buenísimo para la piel, para aumentar las defensas y para un montón de cosas más que siempre defienden los que pretenden no morirse nunca, pero, a esas horas la hubiera preferido menos inmunológicamente perfecta.
En el recibidor me vi envuelta en un frío penetrante que subía del suelo y se filtraba escalera arriba, apreté fuertemente la chaqueta contra mi pecho y tras estremecerme un par de veces y pensar en las múltiples ofertas turísticas que habían para la Riviera Maya, salí a las calles dispuesta a encontrar un lugar en el que tomar un café decente.
Fui dejando atrás una serie de casas realmente bonitas y encantadoras, debían ser de la última época georgiana y disponían de amplias parcelas y establos, pensé que yo me veía viviendo en el campo, hubiese sido la feliz esposa de un fornido pastor de ovejas, mi parcela hubiera estado llena de tulipanes de todos los colores, en el establo un par de yeguas chocolate a las que montar en las tardes soleadas, y perros y gallinas por todas partes, sonreí para mis adentros mientras pensaba que la cafeína me estaba descendiendo peligrosamente, al doblar una esquina hallé una especie de bar con una fachada llena de musgo que le confería un aspecto infantil y apacible, era algo así como una casa de Hobbits, caray, realmente era como si yo estuviera viviendo en La Comarca y fuera a cruzarme con Frodo en algún momento.
Esa iba a ser la única misión de la mañana.
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