Al crecer
Cuando sabes que estás embarazada el mundo adquiere una dimensión distinta, todo es más bonito, hallas bondad en donde jamás la hubieras buscado, las sonrisas florecen a tu paso, y las personas te muestran siempre el lado más amable, la energía crece y se transforma contigo, y los miedos asoman de puntillas en algunas noches silenciosas.
Sentí tus ganas de vivir mucho antes de saber que todo había empezado, no fue un embarazo sencillo, nos jugamos ambas la vida, y de que manera, un par de toreras demostrando al mundo que quien tiene ganas de vivir, siempre encuentra el modo de hacerlo.
Y una niña se hace mayor y tu no quieres que eso suceda, la quieres siempre pequeñita, a tu lado, controlada, protegida, a salvo de todo y de todos, pero sabes que eso no es posible, que va a caerse muchas veces, que no siempre estarás ahí para soplarle la rodilla, que no todas las lágrimas del mundo podrán secarse con el pañuelo de elefantitos, que no lograrás curar disgustos con promesas de tardes de feria y chocolatinas de almendra, porque la vida empieza con la primera caída, y a juzgar por la forma en la que te levantas, se intuye como vas a vivirla.
Me gustaba observarte detenidamente, ver como ordenabas tus juguetes y les dabas prioridad, sabías perfectamente con cual habías jugado menos, pues era el primero que cogías al día siguiente, creativa y mucho, con cualquier objeto inventabas un mundo.
Y te gustaba la soledad, y te ponía nerviosa que otros niños cogieran tus cosas, compartías si, pero no te gustaba nada que alteraran la paz de tu mundo de color rojo fresa y peluches de algodón.
Recuerdo tus años de adolescencia, lo difícil de ellos, lo complicado de conectar y lo arduo de ser.
Los superamos, no diré que con matrícula pero los superamos. Y tras ellos los primeros chicos que conseguían que los padres no pegáramos ojo, el mirar un reloj doscientas veces para comprobar que funcionaba bien, las preguntas típicas que una madre que también es mujer se llega a hacer, las respuestas que no quieres ni escuchar, vuelta a la consulta horaria y a exclamar un que despacio que pasa el tiempo a un marido que se ríe tras un periódico.
Las lágrimas amargas que el primer desamor causa, entender que nada en el mundo puede aliviarte la pena y lo convencida que estás de que nunca volverás a enamorarte de otra persona, que no habrá nadie como él, que el mundo es una mierda y que justo a ti te tocó ser tu.
Observarte sin que te des cuenta para que no me sueltes un ¡Qué pasa mamá!, mirarte con orgullo, saberme responsable de algunas manías, de que te muerdas el labio cuando estás nerviosa, que no tengas hambre cuando estés enamorada, que prefieras el rojo, que te guste leer, que ames la lluvia y el cine de autor, reconocer parte de la genética de tu progenitor, lo obstinada, lo bien que improvisas y lo mucho que te gusta que nadie te diga que hacer.
Recuerdo que tu padre siempre decía que cuando fueses mayor serías toda una rompecorazones, con ese arte para conseguir siempre lo que querías, ese modular la voz y ronronear para que tu padre te dejara llegar más tarde, o para que te diéramos permiso para dormir en casa de alguna amiga. Hubieses sido una gran actriz, de las de Oscar, sobre todo cuando te pedíamos explicaciones sobre algo que nos había gustado menos y los tres segundos escasos que tardabas en inventarte algo creíble, aceptable, verosímil y que encima adornabas con anécdotas imposibles, que con ese ingenio tuyo convertías en naturales.
Orgullosos de la mujer en la que te has convertido.
Satisfechos porque la genética dio un buen fruto.
Felices por las cosas buenas que siembras.
Intranquilos por las cosas que aun no llegan.
Asombrados por todas las lecciones de vida que nos das.
A menudo me dices que no me preocupe, que todo se arreglará, es inevitable sufrir hija, una es madre veinticuatro horas al día y lo es hasta el día en que muere. Me angustia que tu corazón no encuentre el pedazo que le falta, que la fractura fuera tan fuerte, me duele no haber podido aliviar parte del impacto, se que te hizo fuerte, pero creo también que te hizo demasiado fuerte.
Y el miedo a sentir y volver a sufrir no te ha abandonado desde entonces, supongo que es normal, supongo que a mi me hubiese afectado hasta en la sonrisa, no fue tu caso.
Y me dices que así eres feliz y yo creo que tienes razón, que realmente lo eres, pero quien cuidará de ti cuando yo no pueda llamarte y preguntarte si has comido y si has cerrado las ventanas.
Sonríes cuando hablamos de estas cosas, acaricias mi cara y me tranquilizas diciendo que alguien te querrá como tu lo necesitas, y yo creo que debe ser así, porque a juzgar por el modo en que los hombres te miran, yo diría que es incomprensible que nadie te haya querido querer de verdad.
Damos un largo paseo, te abrazas a mi cuando me explicas alguna cosa divertida que te ha sucedido, buscando así esa complicidad que nos une, nos reímos juntas de cosas que solo nosotras entendemos, compramos un helado de chocolate que disfrutamos entre conversaciones de trabajo y proyectos, la vida que hay en tus ojos cuando algo te ilusiona, creo que podrías guiar a barcos perdidos si el faro no alumbrara lo suficiente.
Te miro y pienso que me encanta estar contigo.
Te miro y pienso que es increíble como se puede querer a un hijo.
Te miro y pienso que ojalá nunca dejes de necesitarme.
Dedicado a todas las madres del mundo, sois puro amor, nunca os podremos agradecer todo lo que nos habéis dado sin pedir más que un abrazo, una llamada y que pasemos tiempo con vosotras.
Dedicado en especial a la mía, te amo mamá.
Sentí tus ganas de vivir mucho antes de saber que todo había empezado, no fue un embarazo sencillo, nos jugamos ambas la vida, y de que manera, un par de toreras demostrando al mundo que quien tiene ganas de vivir, siempre encuentra el modo de hacerlo.
Y una niña se hace mayor y tu no quieres que eso suceda, la quieres siempre pequeñita, a tu lado, controlada, protegida, a salvo de todo y de todos, pero sabes que eso no es posible, que va a caerse muchas veces, que no siempre estarás ahí para soplarle la rodilla, que no todas las lágrimas del mundo podrán secarse con el pañuelo de elefantitos, que no lograrás curar disgustos con promesas de tardes de feria y chocolatinas de almendra, porque la vida empieza con la primera caída, y a juzgar por la forma en la que te levantas, se intuye como vas a vivirla.
Me gustaba observarte detenidamente, ver como ordenabas tus juguetes y les dabas prioridad, sabías perfectamente con cual habías jugado menos, pues era el primero que cogías al día siguiente, creativa y mucho, con cualquier objeto inventabas un mundo.
Y te gustaba la soledad, y te ponía nerviosa que otros niños cogieran tus cosas, compartías si, pero no te gustaba nada que alteraran la paz de tu mundo de color rojo fresa y peluches de algodón.
Los superamos, no diré que con matrícula pero los superamos. Y tras ellos los primeros chicos que conseguían que los padres no pegáramos ojo, el mirar un reloj doscientas veces para comprobar que funcionaba bien, las preguntas típicas que una madre que también es mujer se llega a hacer, las respuestas que no quieres ni escuchar, vuelta a la consulta horaria y a exclamar un que despacio que pasa el tiempo a un marido que se ríe tras un periódico.
Las lágrimas amargas que el primer desamor causa, entender que nada en el mundo puede aliviarte la pena y lo convencida que estás de que nunca volverás a enamorarte de otra persona, que no habrá nadie como él, que el mundo es una mierda y que justo a ti te tocó ser tu.
Observarte sin que te des cuenta para que no me sueltes un ¡Qué pasa mamá!, mirarte con orgullo, saberme responsable de algunas manías, de que te muerdas el labio cuando estás nerviosa, que no tengas hambre cuando estés enamorada, que prefieras el rojo, que te guste leer, que ames la lluvia y el cine de autor, reconocer parte de la genética de tu progenitor, lo obstinada, lo bien que improvisas y lo mucho que te gusta que nadie te diga que hacer.
Recuerdo que tu padre siempre decía que cuando fueses mayor serías toda una rompecorazones, con ese arte para conseguir siempre lo que querías, ese modular la voz y ronronear para que tu padre te dejara llegar más tarde, o para que te diéramos permiso para dormir en casa de alguna amiga. Hubieses sido una gran actriz, de las de Oscar, sobre todo cuando te pedíamos explicaciones sobre algo que nos había gustado menos y los tres segundos escasos que tardabas en inventarte algo creíble, aceptable, verosímil y que encima adornabas con anécdotas imposibles, que con ese ingenio tuyo convertías en naturales.
Orgullosos de la mujer en la que te has convertido.
Satisfechos porque la genética dio un buen fruto.
Felices por las cosas buenas que siembras.
Intranquilos por las cosas que aun no llegan.
Asombrados por todas las lecciones de vida que nos das.
A menudo me dices que no me preocupe, que todo se arreglará, es inevitable sufrir hija, una es madre veinticuatro horas al día y lo es hasta el día en que muere. Me angustia que tu corazón no encuentre el pedazo que le falta, que la fractura fuera tan fuerte, me duele no haber podido aliviar parte del impacto, se que te hizo fuerte, pero creo también que te hizo demasiado fuerte.
Y el miedo a sentir y volver a sufrir no te ha abandonado desde entonces, supongo que es normal, supongo que a mi me hubiese afectado hasta en la sonrisa, no fue tu caso.
Y me dices que así eres feliz y yo creo que tienes razón, que realmente lo eres, pero quien cuidará de ti cuando yo no pueda llamarte y preguntarte si has comido y si has cerrado las ventanas.
Sonríes cuando hablamos de estas cosas, acaricias mi cara y me tranquilizas diciendo que alguien te querrá como tu lo necesitas, y yo creo que debe ser así, porque a juzgar por el modo en que los hombres te miran, yo diría que es incomprensible que nadie te haya querido querer de verdad.
Damos un largo paseo, te abrazas a mi cuando me explicas alguna cosa divertida que te ha sucedido, buscando así esa complicidad que nos une, nos reímos juntas de cosas que solo nosotras entendemos, compramos un helado de chocolate que disfrutamos entre conversaciones de trabajo y proyectos, la vida que hay en tus ojos cuando algo te ilusiona, creo que podrías guiar a barcos perdidos si el faro no alumbrara lo suficiente.
Te miro y pienso que me encanta estar contigo.
Te miro y pienso que es increíble como se puede querer a un hijo.
Te miro y pienso que ojalá nunca dejes de necesitarme.
Dedicado a todas las madres del mundo, sois puro amor, nunca os podremos agradecer todo lo que nos habéis dado sin pedir más que un abrazo, una llamada y que pasemos tiempo con vosotras.
Dedicado en especial a la mía, te amo mamá.
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