Al otro lado

El sol iluminaba los pequeños guijarros convirtiéndolos en brillantes piedras preciosas, el rio lamía con avaricia las verdes orillas y algún que otro pájaro se sumergía en busca de lomos plateados que había divisado en mitad de un corto vuelo rutinario y de inspección.
El aire olía a lluvia a pesar de que las nubes se mostraban blancas y coquetas, pero él sabía que se trataba de un mero espejismo, tras esa perfecta e idílica escena aguardaba un salvaje día púrpura.


Se dispuso a recoger la caña y comprobó el cubo vacío con una ligera y triste mirada de soslayo, observó a los gatos que le acompañaban siempre, movió la cabeza en señal de desconsuelo por la poca recompensa que podría ofrecerles hoy, no importaba, siempre llevaba una bolsa con galletas para ellos, era un forma de asegurarse su compañía aun en los días improductivos.
Pensaba en la vuelta a casa, el ascenso por el conocido camino de tierra, los almendros, olivos y algarrobos que iría dejando a los lados, algunos de ellos habían crecido con él, ramas nuevas, espacios nuevos ocupados por un sabio tronco que supo dividirse en el mejor de los momentos, la frágil rama que sorprendió por su gran capacidad, lo fértil de su ser, la quietud de su presencia. Le gustaba abrazarles, trataba siempre de que no le viera nadie, pues ya se sabe que en los tiempos que corren hace falta muy poco para que a uno le tachen de loco, pero se sentía bien abrazando troncos rugosos, pegaba la oreja, cerraba los ojos y sentía la vida, sentía la tierra, sentía la historia, y en alguna ocasión había escuchado la voz de sus antepasados.

Pensó en lo mucho que la echaba de menos, ella le entendía, le comprendía, con ella uno podía abrazar árboles sin miedo a que cogiera el coche y desapareciera de allí a la velocidad del rayo, ella era especial y también abrazaba árboles.
Ella convirtió aquella casa en un hogar, en un corazón caliente, en la magia de la bondad que flota y perdura en un ambiente árido y agrietado por las cicatrices que el tiempo dejó y que con solo un abrazo ella curó.
La echaba de menos, y los días que olían a tormenta eran el peor de los castigos, pues era como ellos, crecía y se alimentaba de lluvia, de viento, de rayos, de tempestades eléctricas, pensaba que nunca la había visto más hermosa que bajo la lluvia, su cara bañada por las gotas perladas, la frescura de un rostro sereno, repleto de paz, surcado por los mares de la fuerte tempestad que en contacto con su rostro se volvía apacible y mágica.
Me enseñó a soñar, me enseñó a creer, me enseñó a no esperar y cuando dominé todas las artes, se fue.
Diría que lo esperaba, pero no sería cierto, uno jamás se resigna a perder lo que tanto le ha costado encontrar, uno no puede hacerse a la idea de que puede despertar una mañana, alargar la mano y que el otro lado esté desocupado, vacío y triste como una pecera llena de agua pero sin pez, como una jaula abierta, como un libro sin letras, como una mesa para uno, como una comida que se prepara sin hambre, sin ti.
Pude hacerlo mejor.
Pude y pude y pude, pero no lo hice.
Pude formar equipo contigo y me limité a jugar en otra división, alejado de lo que necesitabas, alejado de la mano que me tendías, alejado de todo lo que era importante, alejado de nosotros y a años luz de ti.
Y ahora vuelvo en silencio a una casa que sin ti es madera y hormigón, paredes tristes que lloran y extrañan, paredes que de poder, me caerían encima en señal de enfado y protesta por haberte dejado marchar.
Joni Mitchell canta su "Both Sides Now", te encantaba esa canción, recuerdo que yo te decía que era muy triste y deprimente, y tú me respondías que no la escuchaba con el corazón, que no le estaba dando la oportunidad de entrar y sacudir, yo te miraba, te observaba y pensaba que cómo era posible que pudieses sentir todas aquellas cosas, para mi era una canción gris y para ti una fuente de inspiración, esa era parte de tu grandeza. Debo confesar que ahora es la primera canción que escucho cuando llego a casa, ahora hago muchas de esas cosas que  jamás hubiese hecho estando contigo, ahora salgo a la lluvia, ahora ya no uso paraguas, ahora me duermo leyendo, ahora recojo piedras raras y las guardo en botes de cristal que voy repartiendo por toda la casa, ahora ceno sin tele y con una copa de vino, ahora me baño los viernes por la tarde, y siempre tengo velas, también separo la ropa por colores y cocino en las tardes melancólicas, también estoy viendo todas esas películas que a ti tanto te encantaban, y salgo a correr por las mañanas, ahora me voy a pescar cuando te echo demasiado de menos.



 
Me tumbo con las manos sobre el pecho, cierro los ojos y recuerdo tu voz sonando fresca y viva, recuerdo la primera vez que te vi, al otro lado de la calle, salías de una tienda y rebuscabas algo dentro de tu bolso, estabas ahí parada en mitad del gris con un vestido naranja, me pareciste bella, me pareciste especial y muy distinta, te observé ansioso deseando que fuera lo que fuese lo que se resistía a aparecer de dentro de tu bolso me regalara unos minutos más para poder contemplarte. Levantaste la cara y me viste, me sonreíste como si eso fuera lo normal, lo más frecuente, como si yo estuviese siempre al otro lado, me miraste como si yo fuera parte de ese objeto que se encuentra.

 
Me quedé callado como un pobre tipo abandonado a su suerte.
Me quedé mirándote sin saber qué decir.
Me quedé quieto formando parte de aquel extraño momento.

Tu sonrisa lo hacía siempre todo mucho más fácil, tu risa y aquella gran frase "Hay un agujero negro dentro de cada bolso, sin importar el tamaño del mismo", y la cascada de carcajadas y felicidad que te envolvía, tu vida, tu magia, tus ganas.
-Vas a creer que estoy loco, pero ¿quieres tomar un café?
- De acuerdo dijiste, un simple, fácil, sencillo, despreocupado, lógico y claro de acuerdo.

Fue el primero de muchos cafés, aún hoy sigo maravillado por mi suerte, aquella suerte del principiante que se atreve con algo impensable, mi bravura en forma de pregunta y el regalo de tu respuesta, aún hoy sigo pasando por esa calle a la misma hora y continúo deteniéndome frente a la misma tienda, quién sabe, tal vez vuelvas a salir de ella concentrada en algo que se resiste a aparecer, yo, estaré al otro lado, preparado por si vuelves a mirarme y podemos volver a empezar.








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