Diferencias irreconciliables

Fue una llamada incómoda, áspera, protocolaria y distante, una de esas llamadas que se reciben cuando quien la realiza no tiene sentimientos hacia ti, como una simple llamada comercial que llega a deshoras, que molesta e irrita. De hecho y a esas alturas, podíamos considerarla una mera cuestión comercial, un intercambio de música y libros, los tuyos, los míos, aquellos que un día fueron nuestros, los párrafos que yo te leía antes de dormir, las canciones que te emocionaban tanto que las escuchabas con los ojos cerrados mientras exclamabas un firme : "Atenta a esta parte"
Recuerdos anclados en aguas revueltas, pasajes de una historia con más sombras que luces, sonrisas desdibujadas en rostros cansados de acumular decepciones, y al menos una docena de metas a las que nunca llegamos.
El tiempo se escurre como arena fina cuando de olvidar se trata, los meses pasaron veloces y los recuerdos flotaban como la luz dorada del atardecer, pero en esa estantería la prueba inequívoca de que tu habías pasado por una vida dejando huella, una colección de notas musicales que al cerrar los ojos se transformaban en momentos, en risas, en abrazos, en tardes bonitas y colores intensos.


El intercambio se iba a producir en un viejo café que ambos conocíamos demasiado bien, sobre unas mesas que nos habían visto aferrar manos, sobre unas sillas que habíamos juntado para estar más cerca de lo que ya estábamos, bajo un alto techo blanco, bajo un cielo que dejó de ser el mismo para los dos, respirando un aire que antes llenábamos de sonrisas, complicidad y besos.


Me asomé por la ventana, llovía con intensidad, era sábado por la tarde, las parejas inundaban la calle con vistosos paraguas que compartían mientras caminaban cogidas del brazo, algunas se miraban y sonreían, otras afanaban el paso por miedo a mojarse un poco más, y otras tenían cara de no amar la lluvia ni el hecho de compartir cobijo, quién sabe, tal vez empezaban a ser conscientes de algunas diferencias irreconciliables.




Me vestí con indiferencia, maquillando una melancolía que se resistía a desaparecer bajo el colorete con el que trataba de alegrar mis pálidas mejillas, los ojos me devolvían la tristeza en el espejo que tantas veces los había visto brillar, tampoco ellos podían esconder lo que sentían. La tarde era gris, las calles eran grises y yo me sentía como ellas.
Llegué a las puertas del café, para entonces diluviaba, decidí retrasar la entrada apoyándome en la pared, bajo aquella farola con su luz dorada por la que la lluvia se escurría derramándose y resbalando sobre mi cara.
Esperando algo que ya no puede llegar.
Deseando algo que ya no se puede desear.
Lamentando un tiempo que no puede regresar.
Olvidando lo que no se puede olvidar.
Sufriendo dentro de un silencio que no para de susurrar.


El gris y el frío se concentran en cada poro de mi piel, impregnándome cada vez un poco más.
Me pregunto por qué no consigo entrar, por qué me resulta tan difícil despegarme de esta pared, por qué me aferro a ella por toda tabla de salvación.
Dentro hay voces que siguen viviendo ajenas a todo aquello, hay voces que ríen, parecen alegres, felices, voces sin dilemas, voces secas sin ríos de lluvia que les mojan la cara. Ellos nadando en dorados y yo ahogándome en grises.


De repente un halo de luz invade la calzada, un perfecto semicírculo trazado como un puente de esperanza, un hombre con manos grandes que se adivinan cálidas empuja la puerta, unos ojos que se reconocen al instante, aun a oscuras, aun en gris.
Me miras y no dices nada, una mueca por sonrisa, unos ojos que también esconden, una verdad encerrada en la última de las mazmorras, una llave que perdimos. Te saludo tratando que no se me rompa la voz, siento la garganta seca, las palabras se esconden para no ser encontradas, algunas no quieren salir, otras se niegan a ser pronunciadas y un tímido deberíamos pasar como suspiro de alivio pronunciado entre dos almas que sufren a partes iguales.
La excusa sobre la mesa, mis libros y tus discos, cuales cartas de sinceridad expuestas para despejar dudas, los motivos fríos como la llamada comercial, las miradas bajas y los dedos torpes que se entrelazan.
Me hablas de cosas que no me interesan.
Te hablo de cosas que finges escuchar.
Y se nos nota. Porque a nosotros se nos nota todo siempre.
Se notan las brasas y el fuego que no queremos apagar, se notan las ganas y la lucha cuerpo a cuerpo que mantenemos con nuestras respectivas conciencias, se nota el deseo y lo alto que habla.
Y la primera sonrisa que brota, por encima de la mesa y al lado de los libros, el primer labio que se muerde, justo al lado de tu disco favorito, tu mano cogiendo la mía, apretándola fuerte, deslizando tu dedo por mi palma, una lágrima resbala y una frase nos hace reír, una frase que dice: "Creo que tendremos que quedar otro día, he olvidado algunos libros tuyos", unos labios que se unen sin soplar, porque no se trata de un silbido, es toda una diferencia envuelta en un dulce y deseado beso de dos personas con demasiadas diferencias irreconciliables.

 


















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