El viento
Hoy todo está un poco revuelto, el mar, el aire, las hojas,
incluso las sonrisas lo están.
Hoy me sobran motivos y me faltan excusas.
Hoy daría media vuelta.
Hoy los sueños se agitan, se rebelan, trato de
calmarlos, trato de mecerlos con vino y amansarlos con música, pero no, hoy
todo está fuera de control.
Me pregunto si será una señal, si será una especie de aviso
sin alarma, si algo se pasó por alto a lo largo del camino.
Conduzco sin música, y de noche, eso es lo que suelo hacer
cuando quiero ordenar ideas y enfrentarme a todas las cosas que nunca quiero
escuchar, la carretera está desierta a esas horas, de vez en cuando algún
animalito sale de su guarida sorprendido por la poderosa luz de los faros,
desacelero porque lo último que quiero es cargar con la muerte de alguno sobre
mi conciencia, mi padre se ríe de mi cuando lo hago, siempre dice que es
inevitable, le digo que tal vez, pero que sabiendo que es probable que salgan,
no me cuesta nada reducir velocidad y darles así más oportunidades de no morir
aplastados por su curiosidad.
Casi estoy llegando, el camino se vuelve tan familiar que
pienso que podría recorrerlo con los ojos cerrados, los viejos árboles que me
han visto crecer, el muro de piedra que ayudé a construir, el escondite de las
lagartijas, el árbol mágico sobre el que me quedaba dormida en las tardes de
verano, siempre con algún libro, siempre con la cabeza llena de sueños y el
corazón rebosante de ilusión y felicidad. Aún me parece escuchar la voz de mi
abuela, si cierro los ojos la escucho pidiéndome que vaya a ayudarla a romper
almendras, o a realizar cualquier otro tipo de tarea doméstica que nunca me
apetecía realizar, yo tan brillante en excusas y ella tan brillante en fingir
que se las creía.
¿Cómo pueden haber pasado tantos años?
¿Cómo puede todo haber cambiado tanto?
¿Cómo sustituyo lo insustituible?
La casa nunca está fría, no importa el tiempo que haya
transcurrido desde la última visita, ella siempre permanece templada y
acogedora, siempre te espera, como la buena madre que te mantiene la comida
caliente, su alma en cada pared, su buen corazón dándote siempre la bienvenida.
Es duro a veces vivir en un mundo que va quedándose
despoblado de seres queridos, es duro no poder dar un abrazo, sentir la piel de
la otra persona, es duro, es realmente duro no volver a escuchar una voz, es
tan duro seguir sin vosotros.
Porque necesito contaros y que me contéis.
Porque si la vida es compartir, a ver que demonios hago yo.
Porque quiero daros buenas noticias.
Porque quiero haceros reír.
Porque vuestros abrazos siempre fueron lo mejor.
Porque la paz vivía en vuestra mirada.
Porque os necesito.
Porque me gusta hablar alrededor de un fuego y un café.
Porque uno se siente huérfano en las tardes de lluvia.
Porque os quiero.
La calma llega tras un suspiro y un par de lágrimas
derramadas, el desahogo me devuelve el equilibrio, sonrío, sé qué estáis ahí.
Tras colgar un par de cosas en el armario y darme una larga
ducha, enciendo la chimenea y me abrazo, observo los cuadros que cuelgan de las
blancas paredes, algunos me siguen con la mirada, otros parecen que sonríen,
los libros de siempre, tan antiguos, tan releídos durante todas las Navidades,
permanecen fieles en sus puestos aguardando con ilusión el momento de volver a
ser escogidos como compañeros. Llegará, siempre llega ese momento.
Mientras me dirijo a la cocina, suena el teléfono, respondo
sonriendo, una dulce voz me pregunta desde el otro lado si he llegado bien,
respondo que si, que todo está como debe de estar, incluso yo.
Un silencio prolongado, y un te quiero ponen el broche final
a un largo día, sigue haciendo viento, siguen agitándose las hojas y los
momentos, apoyo mi rostro sobre el cristal de la ventana, siguen revueltos los
motivos pero ya no encuentro excusas.
Sigue el viento llevándose todo lo que nunca tuvo raíz.
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