El lado bueno de las cosas
Abro los ojos un poco antes de que la alarma emita su irritante pitido, probablemente podría prescindir de ella, tengo ya el cuerpo acostumbrado a despertar sin sobresaltos electrónicos, pero es un "por si acaso" que mantengo precisamente por eso, por si acaso.
Me desperezo lentamente y los pensamientos que aguardaban puntuales y emocionados a que el cartel de "Abierto" se colgara, empiezan a ocupar sus puestos listos para el nuevo día repleto de importantes funciones a realizar.
Es un día especial, es un día de familia y reencuentros, un día para compartir y sentir, para buscar desesperadamente el Almax y el ibuprofeno, es un día de emociones y sentidos despiertos, es sencillamente, Navidad.
La cocina y yo nos reunimos en silencio a primera hora, las órdenes dadas y el café preparado, cazos y sartenes formando fila, ingredientes alineados como pintorescas casitas de pueblos marineros, las botellas a su perfecta temperatura y mis brazos alargándose por detrás de la espalda, estamos listos.
Cocinar para la gente que quieres es un auténtico privilegio, saber que vas a hacerles felices, que eres culpable de agitar y mecer sentidos, que son ellos por encima de todo, y que la suerte promete mucho este año que casi empieza.
La vida, el amor, todo aquello que no se puede planear, lo que simplemente sucede, la magia de las cosas invisibles, y los ojos despiertos que quieren ver.
Escucho tu cálida voz mientras la masa fermenta bien tapada y perezosa, el día, tan lleno hoy de azul y oro, un sol tibio demostrando sus buenas intenciones, las ganas de contribuir a una Navidad perfecta, aquella que empieza con café y mucho amor.
Confieso que cierro los ojos cuando hablo contigo.
Confieso que el ombligo se me encoge.
Confieso que no te digo todas las veces que quiero, qué te quiero.
Confieso que a veces casi puedo tocarte.
Brotó con fuerza el verbo y las ganas de sentir, besos con sabor a pan, a vida, corazones que estallan en mil abriles llenándolo todo de luz y calor.
Nos miramos y sonreímos.
Dos almas que se encuentran entre una gran multitud, una única salida, amarnos.
Saber que todo lo pasado desempeñó eficazmente su función, saber que el presente lo llenas de luz cada vez que dices que me quieres, cada vez que se cuela tu ilusión por mi ventana, y me contagias las ganas, cuando me zambulles en el sueño proclamándome princesa del cuento, cada palabra que suspiras y no pronuncias, cada sonrisa lograda, cada risa regalada, cada lágrima que fluye sin rastro de tristeza alguna.
La velocidad nos conduce por los caminos del sentir con un ligero sabor a metal y vértigo, velocidad que trae consigo una dosis más que suficiente de dulce adrenalina capaz de detener un mundo que hoy nos pertenece, que vibra cada vez que acompasamos los latidos, que se engalana y perfuma cuando vamos a vernos, la belleza de los segundos que componen la antesala de los encuentros eternos.
Maestro en devolverles la vida a los sueños imposibles.
Maestro en iluminar el lado bueno de las cosas.
Maestro en el arte de la sonrisa infinita y la mirada encendida.
Maestro en grandes momentos y mejores porqués.
La cocina flota dentro de un halo de aromas capaces de transportar y alegrar, un umbral de sensaciones con matices de pimienta y madera. Llegan ellos, llegan con hambre y emoción, los abrazos repetidos componen una perfecta escena navideña, amor que flota, amor que traspasa, amor que sublima.
La comida transcurre entre risas y anécdotas, por un momento nos olvidamos de los problemas que dejamos colgados en algún lugar entre el pasillo y el recibidor, hoy no hay eclipse que pueda con tanta luz, y los sabores se funden evocando recuerdos de antaño.
Satisfecha y feliz me dirijo sonriente hacia una luz violeta que indica que hay un mensaje sin leer en mi teléfono.
Me abrazo tratando de calmar un escalofrío, el corazón bombea deprisa con la firme intención de devolverle algo de serenidad a un cuerpo agitado por las ganas y tu inmenso amor, para cuando empiezo a ser consciente del tiempo, siento el abrazo colectivo de los miembros de una familia agradecida y hermosa, cómplice de últimas y frescas sonrisas que celebra entusiasmada el tamaño de mis pupilas y la Navidad con total y absoluta devoción.
Me desperezo lentamente y los pensamientos que aguardaban puntuales y emocionados a que el cartel de "Abierto" se colgara, empiezan a ocupar sus puestos listos para el nuevo día repleto de importantes funciones a realizar.
La cocina y yo nos reunimos en silencio a primera hora, las órdenes dadas y el café preparado, cazos y sartenes formando fila, ingredientes alineados como pintorescas casitas de pueblos marineros, las botellas a su perfecta temperatura y mis brazos alargándose por detrás de la espalda, estamos listos.
Cocinar para la gente que quieres es un auténtico privilegio, saber que vas a hacerles felices, que eres culpable de agitar y mecer sentidos, que son ellos por encima de todo, y que la suerte promete mucho este año que casi empieza.
La vida, el amor, todo aquello que no se puede planear, lo que simplemente sucede, la magia de las cosas invisibles, y los ojos despiertos que quieren ver.
Confieso que cierro los ojos cuando hablo contigo.
Confieso que el ombligo se me encoge.
Confieso que no te digo todas las veces que quiero, qué te quiero.
Confieso que a veces casi puedo tocarte.
Brotó con fuerza el verbo y las ganas de sentir, besos con sabor a pan, a vida, corazones que estallan en mil abriles llenándolo todo de luz y calor.
Nos miramos y sonreímos.
Dos almas que se encuentran entre una gran multitud, una única salida, amarnos.
Saber que todo lo pasado desempeñó eficazmente su función, saber que el presente lo llenas de luz cada vez que dices que me quieres, cada vez que se cuela tu ilusión por mi ventana, y me contagias las ganas, cuando me zambulles en el sueño proclamándome princesa del cuento, cada palabra que suspiras y no pronuncias, cada sonrisa lograda, cada risa regalada, cada lágrima que fluye sin rastro de tristeza alguna.
La velocidad nos conduce por los caminos del sentir con un ligero sabor a metal y vértigo, velocidad que trae consigo una dosis más que suficiente de dulce adrenalina capaz de detener un mundo que hoy nos pertenece, que vibra cada vez que acompasamos los latidos, que se engalana y perfuma cuando vamos a vernos, la belleza de los segundos que componen la antesala de los encuentros eternos.
Maestro en devolverles la vida a los sueños imposibles.
Maestro en iluminar el lado bueno de las cosas.
Maestro en el arte de la sonrisa infinita y la mirada encendida.
Maestro en grandes momentos y mejores porqués.
La cocina flota dentro de un halo de aromas capaces de transportar y alegrar, un umbral de sensaciones con matices de pimienta y madera. Llegan ellos, llegan con hambre y emoción, los abrazos repetidos componen una perfecta escena navideña, amor que flota, amor que traspasa, amor que sublima.
La comida transcurre entre risas y anécdotas, por un momento nos olvidamos de los problemas que dejamos colgados en algún lugar entre el pasillo y el recibidor, hoy no hay eclipse que pueda con tanta luz, y los sabores se funden evocando recuerdos de antaño.
Satisfecha y feliz me dirijo sonriente hacia una luz violeta que indica que hay un mensaje sin leer en mi teléfono.
Me abrazo tratando de calmar un escalofrío, el corazón bombea deprisa con la firme intención de devolverle algo de serenidad a un cuerpo agitado por las ganas y tu inmenso amor, para cuando empiezo a ser consciente del tiempo, siento el abrazo colectivo de los miembros de una familia agradecida y hermosa, cómplice de últimas y frescas sonrisas que celebra entusiasmada el tamaño de mis pupilas y la Navidad con total y absoluta devoción.
Feliz Navidad a ti tambien y estupenda entrada de Año Nuevo
ResponderEliminarMuchas gracias Miriam, felices fiestas, sé inmensamente feliz, un beso.
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