Yo tenía un blog

Yo escribía, hasta que dejé de hacerlo.
Yo tenía algo precioso, pero murió.
Yo quería ser feliz, y lo seré.





El día empezó como lo hacen los días en los que la vida te sitúa en la casilla decisiva, esa en la que ya no es posible continuar avanzando en línea recta. Izquierda o derecha, un salto de página plagado de vértigo y dolor, nostalgia y pérdida, amor o recuerdos. Escoge.
El sol permanecía expectante a los acontecimientos del día y concedía por el momento una tregua de sopor, el aire detenido, levitaba sobre los tejados atrapado entre los latidos de todos los corazones que habían perdido la razón. Las palomas tristes cantaban en los alféizares de las ventanas, las gaviotas que poblaban el techo de la iglesia se peleaban por algún pedazo de pescado sin saber nada de amores.

Decidí, trabajar un poco en el jardín mientras la señal del camino a escoger llegaba, era necesario estacar las matas de margaritas antes de que el viento las tumbara, el cielo continuaba siendo azul a pesar de las nubes que cabalgaban veloces desde el oeste, un perfecto día de guiños, de luces y sombras. A medida que los años pasaban, perdía el valor de hacer maletas, ya no sentía deseos de ir a ninguna parte, valoraba mi tierra, la profundidad de mis raíces, rodeada de una tierra que conocía desde niña, y la humedad, el frío que cala y moja formaba parte de mis recuerdos, esos que acaban siendo en definitiva tu vida.
Miré el reloj, casi las tres y media, suspiré consciente de que el tiempo ya no jugaba a nuestro favor, que el mundo no estaba de nuestro lado. Me quité los guantes y los dejé caer en la cesta de mimbre, en la que estaban todas las herramientas del jardín, lo llevé al garaje y cerré la puerta.

Entré en la cocina, cogí una taza y la llené de un café tan negro como el sueño que moría bajo mis pies, lo bebí deprisa, ya no me sobraba el tiempo. Subí a mi habitación, dejé que el agua de la ducha fuera perdiendo levedad y cerré los ojos mientras el calor me envolvía, todo ocurría deprisa, mis pensamientos galopaban en las sienes, los recuerdos dulces, las risas elevadas hacia los cielos grises, nuestras manos entrelazadas recorriendo calles y plazas, también las lágrimas, el ruido de las gritos que claman justicia, la locura, la pena, la soledad.

Lo único que tenía que hacer era decidirse y lanzarse a un vacío que no sería del todo desconocido, de algún modo sabía que lo peor había pasado y que nada podría volver a ser tan malo.

El amor, ése pajarillo que cuidas como puedes, como sabes, con lo que tienes, y un día, abres la ventana y vuela. Así es el amor, libre, frágil y triste.








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