El segundo café
Los fines de semana suelo ponerme el despertador temprano, aunque no deba llegar puntual a ningún sitio, aunque nadie me espere, lo hago solo por el placer de levantarme cuando aun no ha amanecido y disfrutar así de un despertar lento y dulce para poder leer.
Me encanta el silencio y el olor de esas horas, la quietud, la calma, las calles vírgenes, y el mundo en modo "Pause".
Y absorbo cada palabra de las que leo, vivo realmente la historia y esas horas mágicas envuelven el perfecto momento.
El placer del café recién hecho como punto y seguido de la mañana, el pijama de caballero, ancho y de rayitas, los pies descalzos sin importar la época del año, el pelo revuelto y la mirada perdida tras la ventana. El aroma siempre me hace regresar, el sonido del vapor arrastrando el café que asciende vigoroso como única banda sonora de la cocina. Y pensamientos, que fluyen, que flotan, que se dispersan, todos cómplices de una mañana lenta.
Cada vez me gusta más el silencio de las primeras horas, me estresa desayunar con alguien que no deje de hablar, siempre me ha parecido antinatural programar el día y en modo eufórico antes del segundo café. Y de las prisas ni hablamos, si hay que levantarse antes para no llegar tarde, se hace, pero el atropello verbal, la agenda sobre la mesa y la ansiedad al despegar el ojo me estresa y cabrea sobremanera.
Pero es sábado, y afortunadamente las prisas no forman parte del día.
Gotas pequeñitas que van volviéndose cada vez más grandes se estrellan contra el cristal, haciendo carreras las unas contra las otras, carreras que se transforman en ríos pequeños de agua descendiendo veloces por el ventanal.
Salgo a ella, con los ojos cerrados y sintiendo su humedad, los pies en la tierra notándola cada vez más mullida, inhalando su olor. El pelo empapado, desafiando el frío.
Me gusta estar así, esta soy yo, una persona que se calma cuando no huye de la naturaleza.
Destellos de recuerdos de un tiempo pasado que no fue mejor asoman tímidos en las mañanas de lluvia y calma. Suelo observarlos con cariño, algunas veces les sonrío indulgentemente, otras les regaño como una vieja maestra de escuela que tiene la costumbre de hacerlo, confieso no entenderlos en ocasiones especiales, y otras consiguen pellizcarme el estómago.
Empapada y serena me sirvo el segundo café de la mañana, este siempre sabe a seguridad, a decisiones bien tomadas, a letras meditadas, a caricias bajo el sol.
Para entonces mis perros suelen bailar ya bajo mis pies, recordándome así mis obligaciones maternas :) y las inmensas ganas de salir a explorar y corretear.
Mi gran familia peluda, quien me lo iba a decir, al final hemos conseguido formar un gran equipo, yo juego con ellos, les cuido y protejo y a cambio mis desayunos, con sol o con lluvia, son siempre silenciosos. Sin duda, el mejor trato.
Me encanta el silencio y el olor de esas horas, la quietud, la calma, las calles vírgenes, y el mundo en modo "Pause".
Y absorbo cada palabra de las que leo, vivo realmente la historia y esas horas mágicas envuelven el perfecto momento.
El placer del café recién hecho como punto y seguido de la mañana, el pijama de caballero, ancho y de rayitas, los pies descalzos sin importar la época del año, el pelo revuelto y la mirada perdida tras la ventana. El aroma siempre me hace regresar, el sonido del vapor arrastrando el café que asciende vigoroso como única banda sonora de la cocina. Y pensamientos, que fluyen, que flotan, que se dispersan, todos cómplices de una mañana lenta.
Cada vez me gusta más el silencio de las primeras horas, me estresa desayunar con alguien que no deje de hablar, siempre me ha parecido antinatural programar el día y en modo eufórico antes del segundo café. Y de las prisas ni hablamos, si hay que levantarse antes para no llegar tarde, se hace, pero el atropello verbal, la agenda sobre la mesa y la ansiedad al despegar el ojo me estresa y cabrea sobremanera.
Pero es sábado, y afortunadamente las prisas no forman parte del día.
Gotas pequeñitas que van volviéndose cada vez más grandes se estrellan contra el cristal, haciendo carreras las unas contra las otras, carreras que se transforman en ríos pequeños de agua descendiendo veloces por el ventanal.
Salgo a ella, con los ojos cerrados y sintiendo su humedad, los pies en la tierra notándola cada vez más mullida, inhalando su olor. El pelo empapado, desafiando el frío.
Me gusta estar así, esta soy yo, una persona que se calma cuando no huye de la naturaleza.
Destellos de recuerdos de un tiempo pasado que no fue mejor asoman tímidos en las mañanas de lluvia y calma. Suelo observarlos con cariño, algunas veces les sonrío indulgentemente, otras les regaño como una vieja maestra de escuela que tiene la costumbre de hacerlo, confieso no entenderlos en ocasiones especiales, y otras consiguen pellizcarme el estómago.
Empapada y serena me sirvo el segundo café de la mañana, este siempre sabe a seguridad, a decisiones bien tomadas, a letras meditadas, a caricias bajo el sol.
Para entonces mis perros suelen bailar ya bajo mis pies, recordándome así mis obligaciones maternas :) y las inmensas ganas de salir a explorar y corretear.
Mi gran familia peluda, quien me lo iba a decir, al final hemos conseguido formar un gran equipo, yo juego con ellos, les cuido y protejo y a cambio mis desayunos, con sol o con lluvia, son siempre silenciosos. Sin duda, el mejor trato.
Si cuando decía que no dejaras de escribir era por algo... :))
ResponderEliminarPD. Ahora... yo no me veo con el bisturí... ;))¡
Oh yo si!! Todo controlado ;))))
EliminarPerfecto! ;)))
Eliminar;)
EliminarExiste en tu escritura de hoy un climax de equilibrio, un ambiente lineal acompasado por giros que llaman a la calma y el sosiego. Es el equilibrio la mas perfecta figura que nos pueda dar la vida. Todo aquello que se acerque al inalcanzable equilibrio resplandece con la luz de la belleza. esos momentos de sábado o domingo donde realmente somos afortunados. Se convierten en momentos ansiados a lo largo de la semana.
ResponderEliminarSoy generalmente una persona equilibrada ;))) Gracias por leerme siempre!
EliminarBueno, como digo el equilibrio total es inalcanzable. Pero si tratas de estar lo más cerca posible de ese concepto de las ideas brillarás siempre.
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