Extraños en un tren

Quedaba el tiempo suficiente de tomarse un café con su habitual precio desorbitado y de pésima calidad antes de subir al tren, de asegurarse que el billete seguía en el bolso y que la maleta contenía todo lo necesario, no es que fuese a abrirla en mitad del bar, pero daba un repaso mental a su contenido y a juzgar por los bultos que sobresalían todo estaba donde debía estar.
Y unos ojos verdes.


Una mirada siguiendo cada uno de mis movimientos, sin ser invasiva, sin sentirla desagradable o excesiva, una mirada cálida que me acompañaba en el abrir y cerrar de objetos.

Quedaba el tiempo suficiente para descender al andén y dar un paseo por el tibio sol que enmarcaba la estampa verde de una avanzada primavera, las margaritas invadiéndolo todo cual soldados llamados a formar, y los ojos verdes tras de mi.
Le sostuve la mirada sintiendo un calor en el estómago, una sonrisa, una mirada que se volvió tímida en ese momento, y una pregunta acerca de mi destino como parte de un nada que se convirtió en un todo.
Una señora, cuya vida no me interesaba especialmente pero que como persona amable y educada que soy, me dispuse a escuchar, empezó contándome las innumerables veces que había  cogido ese tren para ver a unos nietos que crecían cada vez más y más deprisa, lo caro que se volvía todo,  lo poco que cundía el Euro y lo bien que se vivía antes. Los ojos verdes nos miraban amables  y sonreían.

Quedaba el tiempo suficiente de coger la maleta y subir, cuando un brazo fuerte que pertenecía a unos ojos verdes cogió mi maleta y la subió por mi. Gracias exclamé mientras mi sonrisa actuaba sin mi permiso, de nada exclamó la suya.


No le vi hasta casi el final del trayecto, cuando las ganas de tomarse otro café y estirar un poco las piernas se volvieron importantes y necesarias. Tan solo dos vagones hasta la cafetería, ese era el corto trayecto que tenía que recorrer, pero inexplicablemente me parecía muchísimo más largo. No le vi en la ida, al menos no me entretuve en escudriñar los rostros extraños que iba dejando atrás, muchos dormían, otros estaban concentrados frente a las pantallas de sus "ICosas" y algunos, formando parte de una minoría leían libros.
El café no era mucho mejor que el que había tomado un par de horas atrás, pero me hizo calmarme, y suspirar, al otro lado de la vía, un par de gatitos jugaban alegres, ajenos al mundo y a todos los ojos verdes que en él habitaban.


A medio camino de mi asiento le vi, un libro que me resultaba familiar entre sus manos, sus ojos anclados en la página y de repente mirando fijamente a los míos. Una sonrisa, una frase corta que empezaba diciendo "No te he visto pasar" y un hasta luego por toda conversación entablada, unos pies que aceleraban hacía la seguridad de un asiento y un enrojecimiento de mejillas.
Mi compañera de asiento me preguntó algo sobre mi destino, le respondí con otro algo y traté de concentrarme en las veinte páginas que quedaban de mi libro, curiosamente el mismo que alguien con unos ojos verdes leía unas cuantas filas más adelante.

Quedaba el tiempo suficiente para llamar y decir que llegaba en menos de quince minutos cuando los ojos verdes estaban ahí, mirándome desde el pasillo, entre la fila quince y la dieciséis, me señaló la parte posterior del vagón, un claro por respuesta, y una conversación perfecta entre dos desconocidos que no iban a dejar de serlo.

Un dónde vas.
Un cuantos días te vas a quedar.
Una serie de sonrisas hipnóticas.
Una breve introducción.
Un intercambio de nombres.
Un intercambio de besos.
Un número de teléfono.
Una maleta bajada por unos ojos verdes.
Una promesa realizada por dos extraños en un tren.

Quedaba el tiempo justo de serenarme y exclamar un os echaba de menos al llegar a la estación en donde me esperaban muchos ojos pero ninguno de color verde.






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