El último beso

Nunca sabes cuando vas a dar el último beso, pero algo en mi y en aquella extraña tarde, supo que nunca volvería a verte, que jamás tendríamos otra oportunidad.
Habían sido unos días decepcionantes, con peleas absurdas y ridículas, todo adquiere una dimensión dramática cuando la lluvia no deja de caer de forma asombrosa sobre un suelo que vive permanentemente mojado.
Puedo decir que lo intentamos, que pusimos todo lo que teníamos, o todo lo que pudimos en ese momento, pero no dimos para más.

Porque alargar la agonía es cruel.
Porque nos quedamos sin estructura.
Porque nuestras fuerzas estaban agotadas.
Porque al final es cuestión de supervivencia.
Porque una pareja es para hacer de tu vida algo mejor.

A pesar de ello seguimos albergando esperanzas en unos corazones que siempre fueron más lógicos, sensatos y justos que nosotros. Pero no sirvió de nada, aquello llegó definitivamente a su tan anunciado fin.
Los primeros días uno se siente raro, al ser animales de costumbres, echas de menos la llamada, el móvil en la mano en cualquier momento y lugar escribiendo los habituales mensajes de texto, compruebas automáticamente si tienes algún  correo.
Ansiedad y silencio, éste último llena cada rincón, flota en un aire denso y cargado, a veces pesa tanto que te cuesta respirar, quieres correr a lugares bulliciosos en dónde desaparece en contacto con las risas que vas robando, lo notas menos, pero sabes que aguarda tu regreso, que te espera sereno y paciente sobre el sofá.

Llega la calma.
Llega la reflexión.
Llega la asimilación.
Llega la lágrima.
Llega el primer dolor.

Tras esos primeros días, uno empieza a sentirse desconcertado, abandonado, enfadado porque todas aquellas promesas de amor, lucha y entrega no habían sido reales, todo aquello era una gran mentira y nos la habíamos creído de principio a fin.
Porque habían ganas de triunfo.
Porque quería levantar el trofeo.
Porque quería acallar la vocecita interior que tantas veces me había avisado.
Porque no quería dar la razón a mis amigos.
Porque no podía creerme que todo había terminado.

El paso del tiempo se convirtió en una bendición, en un gran bálsamo para casi todos mis sentidos, y la perspectiva dejó de ser mi enemiga.
Ahora recuerdo y sonrío, sólo me acuerdo de las cosas bonitas, de los buenos momentos, de cada una de las sonrisas que él me provocó, de las primeras conversaciones, del primer beso, pero, por más que lo intente, no consigo recordar el sabor del último.














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