Los momentos

De las mañanas bonitas llenas de sol y risas.
De las mañanas llenas de amigos, brindis, y abrazos.
De las mañanas llenas de mar, de su brisa y ese familiar sabor a sal que se queda en la piel.
De las mañanas que te hacen olvidar todo lo que quedo atrás.

El placer y la calma que vienen de la mano de un libro que se lee bajo la sombra de un viejo árbol mecida por la hamaca, sintiendo como los rayos de sol juegan al escondite sobre tu rostro y algunos pájaros que moran en lo alto de la palmera le añaden la banda sonora al placentero momento.
Los ojos que se cierran lenta y dulcemente, el dejarse llevar, y la paz que se siente.
El alma reconfortada y los sentidos relajados, el olor a tierra, a rosas blancas y amarillas, a café recién hecho que se escapa de la cocina.
El no pensar, el fluir de sensaciones, escuchar una respiración lenta y suave, la mano sobre cada latido, y la historia de ese libro que te atrapa sin remedio.



De las tardes llenas de momentos y helados.
De las tardes de piscina con niños y perros, sus risas puras, sentirse Peter Pan.
De las tardes que se beben cerca del mar.
De las tardes de ventanas abiertas y cortinas que se elevan.
De las tardes de películas antiguas y granizado de limón.

 
 
De lo que no se planifica y sale más que bien, de esos mensajes que te informan que alguien te echa de menos, de la reflexión que ello te provoca, de la lista de pros y contras, de la experiencia que suma, de lo que ya no tiene sentido, de lo bien que estamos así, de lo absurdo de lo otro, del tiempo que pasa y sentencia verdades, de lo que ya perdió su valor, de la templanza, de la inspiración profunda, de la conciencia que sonríe.
De la cena perfecta, del paseo entre barcos, de la noche bulliciosa y alegre, de los amigos que reaparecen, los que nunca se fueron, de los momentos adecuados, de la complicidad, de la magia que flota como farolillos de papel de arroz, de la llama que habita su interior, del deseo que se eleva, de una vida que asoma impaciente, de todas las ganas juntas.


De las noches de vino blanco y perfume de iris.
De las noches que acaban en la orilla de la playa con los zapatos en la mano, la ola que nos hizo correr.
De las noches que compartes y celebras.
De las noches en las que los que somos un poco "Bon Vivant" nos reunimos para celebrar que seguimos disfrutando de las pequeñas grandes cosas que siempre supimos valorar.

En ocasiones puede olerse la lluvia, y si uno cierra los ojos puede oírla llegar, sentir la primera gota de cada nube gris atravesando el cielo para deslizarse por la mejilla, puede confundirse con alguna lágrima que necesitaba salir, en realidad casi pueden provenir de la misma nube triste, pero sigue deslizándose para que sepas que sólo está de paso y  que no se va a quedar ahí, que no va a formar parte de tu rostro. Los dedos la extienden suavemente y el recuerdo que deja te provoca una enorme sonrisa, no sé, quizá esté ya aprendiendo a vivir, quien sabe.









Comentarios

  1. Leyéndolo mientras tomo primer café de la mañana y me pongo al dia ...simplemente precioso...GRACIAS...lo comparto en mi muro....Un saludo, Miriam

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    1. Buenos días Miriam, mil gracias por ello, que tengas un lunes perfecto.

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