EL jardín secreto

El rocío de las primeras horas baña las hojas con un manto perlado, la tierra mullida cede bajo los pies que la recorren lentamente, el sol va ascendiendo poco a poco a su real trono.
Y el silencio de la vida que aguarda, de los momentos dormidos,  va integrándose a la perfección en el paisaje.
Sentada bajo una enorme higuera con una taza de café como única compañía, empiezo a hacer balance del verano que se escurre entre los dedos como arena fina, de las copas levantadas y unidas por una nota musical como propósito y deseo de salud, amor, y buena suerte, las miradas que maridaron esos momentos, de la dulzura de unos ojos que son todo amor, de la timidez del deseo que se escapa por la ventana como la cortina que se eleva por el suave viento, del brillo y la alegría de los reencuentros, del orgullo y seguridad que mora en los ojos de aquellos que te dieron la vida.



 
En el horno un bizcocho empieza a cuajar desprendiendo un sutil aroma de canela y manzana, el tiempo que no acelera ninguna cocción, lo hermoso de las horas que te pertenecen, de los minutos que destinas a soñar que estás despierta y que el beso de anoche fue real.

Los planes que dejaron de escribirse.
La maleta que se perdió.
La improvisación como modo de vida.
Los besos que te despiertan.
El café caliente.
La ducha larga.
La mirada que encuentra el escondite de los suspiros.

La inocencia del respeto que causa ternura y admiración, las ganas que flotan en el espacio que deja el abrazo largo, las conversaciones perfectas envueltas en caricias de sal y vino.
Los recuerdos de los días vividos desayunan hoy conmigo, los veo envueltos en un halo de nostalgia, tal vez el fin del verano los haya vuelto un poco melancólicos, pero lo cierto es que el corazón late seguro y fuerte porque todos ellos llegaron para quedarse, no son tormenta de verano, ni ave de paso, la felicidad del castillo que no se construye en el aire, la tranquilidad del tejado bien puesto, y el anhelo de la primera lluvia.
La intensidad de los días vividos como si fueran a agotarse en cualquier momento.
El recelo que el amor causa, el miedo al caos que provoca cuando lo dejas entrar, cuando nada vuelve ya a ser lo mismo, cuando no puedes hacer otra cosa que dejarte llevar, a veces te arrastra una cruel corriente que parece cobrar más y más vida con cada tramo recorrido, otras te meces al son de unas olas tibias iluminadas por la noche más bonita.
Vivirlo siempre fue lo mejor.
Apurar las copas, los momentos, los platos, y los besos.

Con el último sorbo del primer café, me viene a la memoria una frase que escuché mucho tiempo atrás, frase que me hizo pensar y dudar como pocas, dice así : " Dejad a un lado vuestro amor propio, Si no, nunca conoceréis el amor", apuesto a que tampoco os ha dejado indiferentes.


Me desperezo alargando los brazos y uniendo las manos por encima de la cabeza, sonrío, como casi todas las mañanas después de haber escrito un poco, la llamo la hora de la terapia de las letras que se unen formando un dibujo que se graba poco a poco en el corazón.
Un jardín secreto compartido por el brillo de unos ojos que se necesitan al mismo tiempo, un estado de plenitud y una luna que nos ilumina el camino que valientes y enamorados empezamos a recorrer juntos.
De los vientos favorables y los timones expertos.
De las velas izadas y el mundo entre tus brazos.
De los miedos que se lanzaron por la borda.
De las anclas que dejaron de frenar.






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