El regreso del hombre cuyo coche huele a heno y tabaco.

A las ocho de la mañana ya tenía la maleta hecha y la casa recogida, me había asegurado de que la chimenea estuviese completamente apagada, lavé la taza en la que me había servido el último café y espiré profunda y dolorosamente.
Me acerqué a la ventana para contemplar por última vez las casas vecinas, sonreía al contemplar lo mucho que el musgo había crecido desde mi llegada.
Era un día luminoso y a medida que el sol iba ascendiendo por el cielo de otoño, la escarcha de la hierba y los tejados se iba derritiendo, los árboles extendían sus largas sombras sobre las calles, multitud de gaviotas surcaban los cielos tras la pista de algún tractor que acaba de remover la tierra.


 
Subí al piso superior para echar un último vistazo de comprobación que en mi caso siempre era innecesario, jamás había olvidado nada, tal vez en esta ocasión lo olvidaba todo, pero en cuanto a pertenencias, estaban todas en la maleta. Sonreí al ver el frasco de las sales de baño, cerré los ojos y recordé aquella bonita tarde.


El timbre de la puerta sonó y mi corazón se aceleró bruscamente, fui a abrir y al otro lado estaba el hombre cuyo coche olía a heno y tabaco.
-Hola señora, me alegra volverla a ver, está usted radiante, dijo el hombre que iba a llevarme al aeropuerto.
-Hola, musité, es usted muy amable.
-¿Ha tenido una buena estancia? preguntó.
-La mejor dije mientras una lágrima hacía lo imposible por salir.
Puede coger mi maleta y cargarla si no le importa, yo volveré a echar un vistazo por si olvido algo, subí las escaleras de dos en dos y me senté en el borde de la bañera, las lágrimas empezaron a brotar desconsoladas y nerviosas. Me dolía el pecho y apenas si conseguía respirar, tienes que calmarte me repetía una y otra vez, cálmate vamos.
Me sentía agotada física y mentalmente, suspiré profundamente y tras lavarme la cara empecé a descender por las escaleras con la intención de dirigirme  al coche.

 
-Hola, dijo un hombre de hermosos ojos azules que me miraba detenidamente desde la entrada.
-No me gustan las despedidas le dije balbuceando.
-Entonces no te despidas.
-Paul...yo, yo no sirvo para tener una relación, soy un desastre, no lo he logrado viviendo en el mismo lugar y teniendo las mismas costumbres, no lo he logrado nunca, entiendes, le decía al borde las lágrimas.
-No quiero una relación, te quiero a ti, quiero abrir los ojos por la mañana y que tu creas que sigo dormido, quiero llenarte de besos y hacer que seas incapaz de acabar una comida, quiero andar contigo, quiero que mis días huelan a tu perfume, y que mis noches estén envueltas de tu calor, quiero una vida en la que tu estés.
-¿Y como se hace eso? le pregunté temblando.
-No lo sé, pero me gustaría encontrar las respuestas mientras lo intentamos.

El señor que debía llevarme de vuelta a lo conocido, a la falsa seguridad de un mundo que crees conocer y controlar entró sigilosamente, carraspeó y titubeó un inquieto; deberíamos irnos señora, se hace tarde.
De espaldas a una realidad que había venido en mi busca sin caballo blanco pero con el mejor príncipe, trataba de serenarme y seguir respirando, miles de dudas galopaban por mis venas, pero si algo había sido a lo largo de mi vida era una mujer valiente.
Lo siento dije mirando a Paul, lo siento mucho pero no voy a ir con usted, me quedo aquí.
Paul me estrechó entre sus brazos, y empezó a hacerme girar mientras me besaba una y otra vez, te quiero repetía sin cesar, te quiero mi amor, te quiero.
Voy a bajarle la maleta señora, dijo sonriendo el amable chófer.


Paul se ocupó de toda la logística, llamó a los propietarios de la casa de piedra de la calle Lomin para decirles que la tendrían a su disposición mañana, indicándoles que la llave estaría oculta en el mismo sitio, yo le miraba divertida porque su emoción hacía que no dejara de corretear por toda la casa con el teléfono en la mano sin dejar de marcar números y dar voces.
Cogí mi teléfono y salí a sentarme fuera, sabía que número marcar y qué decir, me asustaba la reacción al otro lado de la línea, caray, echaba mucho de menos fumar en ese momento.
-Mamá...hola.

 
Tras una breve conversación en la que no hizo falta dar mucha más información, me sentí mejor que nunca, entré dentro de la casa, el hombre de los ojos azules me miraba feliz y orgulloso, ven aquí, exclamo abriendo sus brazos, apoyé mi cabeza contra su pecho, me calmaba el sonido de su corazón, cerré los ojos y me dejé llevar.


Han pasado tres años, y cada día me vuelvo a enamorar de él, fue la mejor decisión de mi vida, fue la primera cosa que decidí obviando al cerebro. Y salió mejor que bien.
Paul sigue ejerciendo de veterinario rural y yo he escrito un par de libros, uno de ellos se titula "La Calle Lomin", supongo que os imagináis porqué.
Tenemos una niña preciosa llamada Mary, tiene los ojos de su padre y es cabezota como la madre, y al final de cada día, cuando los dos estamos sentados en el comedor, con nuestra copa en la mano, nos miramos y sonreímos.



-Y dime, ¿tenías por costumbre cenar con señoritas desconocidas a las que sorprendía la lluvia?.
-Oh si, cada noche, respondió él mientras se ponía en pie y empezaba a besarme.
-Lo sabía, dije entre risas.



FIN













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