Los pájaros y mucho Carpe Diem

Exhausta y sucia llegué a mi casa sobre las siete de la mañana, casi me parecía una pérdida de tiempo tratar de dormir, la adrenalina en sangre me avisaba de lo inútil que iba a resultar.
Necesitaba sentarme y decidir si olvidaba la noche o la enmarcaba, café, pensé, mucho café.
Puse la cafetera al fuego y me dirigí al cuarto de baño, para mi sorpresa el agua estaba caliente y tras ella y habiendo entrado en calor me sentí mucho mejor, volví a vestirme con ropa limpia y confortable, unos pantalones de algodón y un jersey de cachemira, arrojé la ropa sucia en el interior de una cesta de mimbre con un lazo azul que había en un rincón del baño y me dejé guiar por el aroma del café recién hecho que llenaba buena parte de la casa.
Empecé a bebérmelo despacio con los ojos cerrados, recordando muchos momentos en los que desayunaba así en la casa de mi abuela, con un pie apoyado en la silla y mirando por la ventana, decidiendo que aventura iba a emprender ese día, el timbre de la puerta me devolvió a la realidad.

-Buenos días señorita, lo sé, es muy temprano, dijo él mientras entraba con un par de bolsas llenas a reventar, de una de ellas sobresalían unas botas azules de goma.
-Para qué demonios es todo esto pregunté.
-Vamos a pescar, dijo como si todo aquello fuera lo más normal del mundo.
-Yo no voy a pescar, yo voy a terminarme mi café, a coger el libro que más sueño me produzca y a tumbarme en el sofá, con la perfecta visión de la chimenea encendida como único punto de mira.
-He hecho bocadillos, y hasta he preparado un termo lleno de café, dijo modulando la voz como un gato que pide mimos y se enrosca alrededor de las piernas.

Tras vaciar medio termo y quedarme dormida en una especie de tienda de campaña que Paul había montado con orgullo de macho ibérico, desperté sobresaltada por un ¡Tenemos la comida!, me froté las sienes mientras me decía a mi misma que todo aquello era de esperar, menudo caos de vida la mía.
La mañana estaba radiante, las aguas cristalinas de un riachuelo que acababa de proporcionarnos el almuerzo brillaban como lentejuelas plateadas bajo un sol alegre, la tierra olía a vida y carbón y en aquel instante sentí una bocanada de amor y paz llenando completamente mis pulmones.
-Estás muy guapa por la mañana, dijo Paul.
-Tu estás igual que anoche, respondí tratando de calmar una carcajada que asomaba con fuerza.

Tras dar cuenta del pescado desconocido que sabía a setas, y de unos huevos que sabían a maíz y patata,  recogimos las cosas rápidamente porque el cielo volvía a cubrirse de seguras nubes grises que no tenían intención alguna de darnos más tiempo para disfrutar de almuerzos al aire libre.

 
-Vamos, quiero llevarte a un sitio que te va a encantar.
Dejamos atrás varios pueblecitos, nos adentramos a través de una carretera estrecha y bastante tortuosa y llegamos a una calle principal que resultaba pintoresca y hermosa bajo la intensa lluvia, las aceras eran anchas y las casas tenían hermosos jardines en su parte delantera, fuimos atravesando la avenida de robles y llegamos a una casa blanca con ventanas verdes del tamaño de un centro comercial. Paul bajó del coche y abrió la majestuosa verja, avanzamos a través de un sendero de grava y llegamos a la puerta principal, bajamos del coche, yo boquiabierta, él mirándome divertido.
Dentro había un fuego encendido y la casa resultaba acogedora y cálida, una enorme alfombra verde cubría el suelo, infinidad de cuadros adornaban las paredes, un aroma de lavanda y canela flotaba en el aire.


Levanté la vista y vi la sonrisa burlona en el rostro perfecto de Paul.
-¿Dónde estamos?, le pregunté inquieta.
-¿Has visto "Los pájaros"?, me preguntó mirándome fijamente.
-Por supuesto, exclamé yo.
-Pues esta casa perteneció a su director, al gran Alfred Hitchcock.
Le miré asombrada, dispuesta a recorrerla entera curioseando en cada estancia, dispuesta a hacer cientos de fotos que luego subiría a mi Facebook para deleite y envidia del personal.

Paul me explicó que en Fowey se había rodado la película, que a Alfred le había parecido el escenario perfecto, lugar de gran belleza e increíbles acantilados.

 
 
Ahora me pertenece dijo tímidamente, me hice con ella el verano pasado, la crisis ha dejado sin tesoros a muchos piratas con alma de coleccionistas fetichistas.
Es usted una caja de sorpresas le dije mientras ascendía por las impresionantes escaleras, me alcanzó rápidamente y guiándome de la mano me llevó a una habitación hermosa, con muebles victorianos, y gruesas cortinas, abrió una puerta que daba a un espacioso cuarto de baño con una inmensa bañera central, se inclinó hacía ella, puso el tapón y abrió el grifo. Toma un baño, yo me encargó de lo demás, te veo abajo cuando termines.

 
Salió de la habitación dándome un beso en la mejilla, aquello no podía estar pasándome a mi, me parecía estar viviendo una historia de esas que amenazan con volver tu mundo del revés, una de esas cosas que siempre quieres que suceda pero que jamás llega. Cerré los ojos mientras el recuerdo tibio de la noche anterior volvía a mi retina, el parto de Gilda, la hermosa vaca castaña, la seguridad de Paul, y mi presencia en todo aquello, sentí un poco de vértigo, empecé a desabrocharme los botones mientras una frase sonaba en mi mente.
Carpe Diem pequeña, Carpe Diem.





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