Mahler tuvo la culpa

Me volví hacia el espejo, me retoqué el pelo y arreglé el cuello de mi blusa negra, ajusté la cremallera de mi falda y me coloqué bien el único par de tacones que por suerte había traído, el pelo suelto y una buena dosis de una nueva felicidad que me proporcionaban un brillo permanente en los ojos.
Bajé los peldaños despacio, impregnándome de las notas cálidas de una sinfonía con número impar que amaba por encima de muchas otras, me pregunté si sería una casualidad.
-Buenas noches Paul.
-Un pequeño detalle, me dijo mi anfitrión sonriéndome y acercando un ramo de rosas.
-Son preciosas, le respondí mientras inclinaba la cabeza para olerlas.

 
Acercó una copa de vino hacia mi, sonriéndome de una forma brutal, por un momento había olvidado lo atractiva y magnética que era y el alarmante efecto que producía en mí.
Me senté en el sofá y le observé mientras él se dedicaba a abrir botellas y colocar vasos, removió un tronco que se consumía de forma desigual, cogió su copa y se sentó en un sillón enfrente de mi.
Bebimos en silencio, como si tuviéramos la costumbre de hacerlo a diario, juntos, todas las noches tras un largo día, silencios que no necesitan de ninguna palabra.
El Adagietto de Mahler se filtraba por cada poro de mi piel, provocándome una fuerte sacudida emocional que me hizo levantarme y contemplar el fuego. Paul se acercó sin articular palabra, cogió mi mano y la besó, despacio se situó enfrente de mi y deslizó su dedo índice por mi mejilla, mi corazón latía fuerte y un tanto arrítmico, me costaba llenar de aire los pulmones y sentía un gran pellizco a nivel del diafragma.
-Vamos a cenar, dijo suavemente.
-De acuerdo, respondí aliviada.

Brindamos por las oportunidades y por saberlas aprovechar, empezamos a hablar de nuestras heridas y de la fase de cicatrización en la que se hallaban, hablamos de arte, de flores, de libros preferidos, de situaciones y personas, de pasado y de futuro, y volvimos al presente tras un suave choque de copas bajo un firme y sincero brindis : "Por nosotros".
-Habrá sido un gran cambio para ti. Del bullicioso Nueva York a este maravilloso y tranquilo lugar.
-Realmente si, dijo girando su copa, pero es la segunda mejor decisión que he tomado nunca.
-¿Cual es la primera?, le pregunté curiosa.
-Pedirte que te quedes conmigo, dijo tranquila y serenamente.
-No hablas en serio, dije tímidamente.
-¿Cuanta persuasión hace falta para que me digas que si?.
Sonreí y di un gran sorbo al vino que quedaba en mi copa, me encogí de hombros y deposité la copa en la mesa, con mucho cuidado, como si se tratara de un pajarillo con el ala rota, alcé la mirada y me encontré con sus ojos que me observaban inquietos.
-¿Tienes algo que hacer mañana? le pregunté obviando su propuesta.
-Estoy completamente a su disposición mi querida señorita, es más, iba a sugerirle que podríamos recorrer buena parte de esta bella campiña. Saldremos temprano, así que convendría acostarse pronto.
Le dije que era una buena idea, y que realmente me encontraba cansada, me acompañó hasta mi habitación, ninguno de los dos habló durante el breve trayecto, ya en la puerta, le miré y creo que mis ojos le decían todo aquello que yo no era capaz, cogió mi cara entre sus manos y me besó, fue un beso largo, un beso de los que no imaginas el final porque no quieres que llegue, fue un beso sincero y bonito, cargado de ganas y pasión.


-Buenas noches señorita, susurró dulcemente en mi oído.
-Buenas noches, le dije sonriendo. Paul, exclamé antes de que desapareciera escaleras abajo, lo decías de verdad, lo de quedarme contigo, pregunté escéptica.
-Si, como única respuesta, sin adornos, sin palabras sobrantes e inútiles, claro y directo, volvió a repetirlo, ¡Si!.

Me quité los zapatos y me senté frente al fuego, pensé en marcharme furtivamente durante la noche, pensé en llamar un taxi y que me devolviera a la calma de mi casa de piedra de la calle Lomin, pensé en correr hacía sus brazos y vivir entre ellos, pensé en llamar a mi madre y decirle que me había vuelto loca, pensé y pensé durante buena parte de la noche.
Me quedé dormida por puro agotamiento mental, cuando abrí los ojos la noche empezaba a desdibujarse, añiles y malvas flotaban sobre azules rosáceos, los árboles volvían a escena con sus ramas pulidas y perfectas, el paisaje era un bálsamo para los sentidos, aire me dije a mi misma saliendo deprisa de la habitación, corrí escaleras abajo y atravesé el salón, salí al frío de la mañana que aun no se ha visto recompensada por los primeros rayos de sol, me apoyé en un roble y noté como las lágrimas empezaban a rodar mejilla abajo, lloré todo lo que dolía, lloré por todas las cosas que no habían sido justas, por los miedos que frenaron, por las personas que no fueron, por las decepciones.

 
 
Aliviada regresé a casa, hacía mucho frío, Paul estaba en la cocina preparando café, cuando me vio se asustó y vino hacia mi, estás bien  preguntó alarmado, si, le respondí abrazándole fuerte, estás congelada dijo frotándome los hombros con sus manos, le rodeé el cuello con mis brazos y empecé a besarle, me cogió en brazos sin dejar de responder a cada uno de mis besos, despacio empezamos a subir peldaños.







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