Duerme pequeña

El gris violento de aquel cielo que amenazaba con romperse de un momento a otro me sirvió de pretexto para trabajar desde casa, el aire olía a madera, hierro y tierra, volviéndose menos cálido por momentos. Me quedé observando las nubes asombrada por la rapidez en la que se dibujaban para volver a desdibujarse escasos minutos después. Pura belleza, flor de un día, sonrisa que grabas en tu memoria, el sabor de un último beso, la copa apurada, un abrir y cerrar de ojos, vida al fin y al cabo.

 
Eché un vistazo a la pantalla de un teléfono que tenía abandonado, me molestaba que hubieran llamadas perdidas, me disgustaban los mensajes invasivos con el incomprensible derecho que algunas personas se toman sobre tu vida, tu tiempo, tus horas, tus minutos, y tus momentos.
Me molestaban los correos urgentes, lo absurdo del no poder esperar, lo ridículo del estar cuando no se quiere, la obligación que no quise hacer mía.
Mi vida, la de nadie más, mis sonrisas, mis lágrimas, mis preocupaciones, mis alegrías, mis miedos, mis seguridades, la mano abierta, los dedos entrelazados, la cabeza que se gira, el sueño que no descubro, la tarde con masa pegada entre los dedos, el meñique goloso que rebaña el cuenco con los restos de un chocolate que formó parte de una rica tarta, mis silencios, los que no comparto, los que no desvelo, los que no rechazo, los que alimentan mi alma en estas hermosas tardes de principios de otoño. Aún es pronto para subirse el cuello de lana, aún es pronto para encender el fuego, pero el viento baila despacio, transportando suaves aromas de castañas que esperan impacientes su debut.


 
No quiero estar, a veces no quiero ser, en ocasiones quisiera ser invisible.
Un desasosiego con tintes de ansiedad cabalga en mi pecho desde hace tiempo, la fragilidad de un sueño que siempre fue infranqueable, imperturbable, continuo y productivo, y que de un tiempo a esta parte se ha vuelto delicado como el suspiro de un enamorado en la puerta de su amada.
Unos claros y más que evidentes indicios de que estaba pasando algo que a mi cuerpo no le gustaba, que no aceptaba, con protestas y manifestaciones incluidas.
Siempre hay señales para el que quiere y sabe ver, siempre.

Una comida que no disfrutas.
Un sueño que no recuperas.
Una elevada necesidad de silencio.
Un vino que no terminas.
Unos pulmones que no recuerdan como hacer su trabajo.
Unas lágrimas a deshoras, sin motivo, sin razones, sin porqués.
Un distanciamiento necesario de las personas que tratan de retenerte, acapararte, controlarte.
Una mirada sincera en el espejo de siempre, el que siempre cuenta la verdad, y un chasqueo de lengua que produce una onomatopeya que me ayuda a entender.

Hice la maleta tras realizar un par de llamadas, ni una ni tres, solo dos, las necesarias, las imprescindibles, las justas, dos.
La noche de mi llegada, la primera y más difícil de todas las noches no pegué ojo, estaba nerviosa, podría confesar que eso no era una novedad, pero empezaban a clavarse en el estómago todos y cada uno de los malditos nervios produciendo calambres molestos y totalmente inoportunos.
Para colmo tenía que reducir el número de tazas de café que ingería durante el día, claro que si utilizaba la misma y me dedicaba solo a rellenarla quizá no fuera tan grave, si, me dije divertida y un tanto traviesa por la trampa que me decidía a llevar a cabo, rellenaré la taza una y otra vez dije en voz alta.

 
El amanecer estaba lejos, todavía no había ningún indicio cromático de su inminente presencia, la noche aún reinaba poderosa y firme en aquel espléndido viernes repleto de luna y luz.
Tenía un poco de frío, me estremecí doblando la espalda que me pedía a gritos una chaqueta, fui en busca de ella mientras me preguntaba qué demonios iba a hacer con el insoportable silencio que me ardía por dentro, curioso es que lo que más necesitas, más te hiere. A veces la vida es así, a veces la vida tiene esas cosas, inexplicables, absurdas, siniestras, injustas, pero necesarias en tu evolución.
Salí a sentarme fuera, en aquel viejo porche crujía escandalosa una madera cansada de tantos pasos recibidos, cansada de una vida de idas y venidas, de que todo fuera de paso, de que nadie estuviera ahí para compartir las noches de estrellas fugaces, para cerrar los ojos y pedir un deseo, para rozarse y sentir, una madera condenada a arder en el último momento de su vida.

Sola, como quería estar, sin tener que hablar sin ganas, sin tener que comentar una noticia de la que no se tiene ningún interés, de verme en la obligación de ser sociable y agradable, de elogiar la cena que alguien prepara con escaso éxito y peor olor.
Sola, mi estado natural, cómo más cómoda me siento, gobernando el timón de mis horas, dirigiendo la luz y las sombras, aceptando el lado oscuro sin enfadarme porque asome la patita por debajo de la puerta, sonriendo y haciendo payasadas frente al espejo, regalándome tardes hedonistas de espuma, vinos y sinfonías tristes.
Sola, porque es mi decisión, porque no vivo para complacer, porque me cansé de intentar, de tratar, de ceder, de callar, de obviar, de fingir, porque no quiero jugar a las cocinitas y me niego a que me encasillen en el papel de señora de.
Sola, porque no necesito estar sin creer, porque así soy muy feliz, porque me siento en paz y lo que es más importante, en completo equilibrio con cada chacra de mi cuerpo, aunque no sepa muy bien la función de cada uno y si eso no será en realidad una leyenda urbana.

Recuerdo la conversación con Bertrand, y sus geniales consejos, recuerdo haber llorado a mares durante la misma, recuerdo la frase que más se repitió durante aquella inmensa charla, piensa en ti me decía una y otra vez, en ti, en qué quieres, en qué no quieres, en qué necesitas y sobre todo piensa qué no necesitas en tu vida.
Estoy cansada de la gente le confesé sintiéndome culpable. Ya no puedo más Bertrand, me agotan, siento que son una especie de vampiros que sobrevuelan mi calma cada noche para arrebatarme toda mi energía, ya no tengo ganas, ya no siento lo mismo que antes. No quiero que se atrevan a decirme qué necesito, no quiero que me vendan consejos cuando ellos mismos no saben que hacer con sus vidas, me niego a formar parte de eso.
Bertrand sonrió dulcemente y separó sus brazos indicándome así que había un hueco disponible en su pecho, acarició mi pelo y logré cerrar los ojos dejándome llevar por aquella paz que me invadía. Lloré y lloré y lloré, empapando su camisa verde con botones grises. No recuerdo haberme quedado dormida, pero lo cierto es que desperté y ya era de noche, una nota sobre la mesa anunciaba que mi querido amigo se había ido, una nota hermosa que decía así :

"Querida Nines, siempre fuiste la luz que aguarda al otro lado del túnel, la que se espera, la que se desea con ansía y fervor, la que se quiere retener y guardar en un bote de cristal con una tapa perforada cual mariposa bella y única, cual ejemplar que se ambiciona coleccionar. Eres luz.
Entiende la necesidad de luz y calor de los que te rodean, eres luz, eres bella luz.
Pero no olvides que eres tu la que decides cuando y cómo brillar, toma tu tiempo para ello, el que te pertenece, el que solo tu puedes fraccionar, y haz de tu rabia unas páginas llenas de talento.
No soy él, pero con los años aprendí a saber pensar de la misma manera, no porque me rindiera, sino porque el cabrón tenía siempre mucha más razón. Sabes que te diría lo mismo, sabes que si.
Duerme pequeña.
Te quiere B."

 
 
Así es cómo acabé aquí, sentada en este viejo porche, abrigada por una chaqueta y un montón de recuerdos, escribiendo sin parar, borrando y empezando, levantándome enfadada cuando releo algo que me desagrada profundamente, la salida al exterior brusca y encolerizada, las dudas, las letras que bailan, la historia que empieza a perder su brillo inicial. Y la calma que llega aprovechando la marea baja  al rescate de una luz cansada, una calma que me deposita suavemente en una blanca cama, una puerta que se cierra, un susurro que emana un sincero duerme pequeña, y unos ojos que por fin se duermen.











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