El timón

Hay personas que mejoran tu vida en el mismo instante en el que te estrechan la mano, en el mismo momento en el que te sonríen, en el fugaz brillo de una mirada sincera y llena de amor.
Personas cuyo magnetismo te impide dejar de mirarlas, personas que se convierten en un regalo para los días y un bálsamo para los sentidos que a menudo se contaminan y vuelven grises por la pérdida de la pureza y la espontaneidad.
Personas que son el mejor paisaje.


He tenido y tengo la inmensa suerte de contar con personas así en mi vida, personas que alguien coloca ahí para que tú tengas ganas de arrodillarte y decir "No te mueras nunca".
Por su generosidad.
Por su entrega.
Por su alegría.
Por la predisposición.
Por lo bien que escuchan.
Porque nunca juzgan.
Porque están siempre.
Por ese corazón puro.
Porque con ellos uno suma siempre.
Porque no importa lo que suceda, se resuelve mejor con su presencia.
Por ser parte de la solución y nunca del problema.
Por los abrazos que detienen el mundo.

Hay seres dotados de una sensibilidad especial, casi mágica, seres bondadosos que podrían habitar en un verde y frondoso bosque y vivir perfectamente dentro de la corteza de un algarrobo.
Seres de magia y luz.





A diario, yo que soy muy de observar, me fijo en los detalles de la gente, observo a los que ceden su asiento en el metro o en el bus a alguna señora mayor, a alguna embarazada o incluso a alguna pobre muchacha inexperta en el arte de andar sobre tacones que regresa a casa con el rímel corrido y el corazón más roto que los pies.
Me alimento de las sonrisas que me regalan, de los buenos días que se dan porque uno así los siente, de la mirada cómplice y la cabeza ladeada en señal de un sincero feliz día.
De la cotidianidad elevada a un plano superior, a un plano extraordinario.
Reconozco que me gusta confraternizar con las personas, necesito esas charlas que no siempre dicen algo pero que son necesarias, esas llamadas absurdas para recordarte que hoy debes ir a comer porque llegan unos amigos de la infancia de tus padres, que tu apenas conoces y que seguramente preferirías eludir la cita y quedarte en casa leyendo, pero que si es importante para tus padres, también lo es para ti y vas.
Me gustan las llamadas histéricas de amigas a las que la suerte del amor les sonríe, llamadas que envuelven tu atmósfera relajada y zen y la transforman en un escaparate americano de cupcakes, lleno de corazones en tonos pastel y cajitas rosa chicle, todo muy siglo XXI.
Y lo que más me gusta del mundo, son las conversaciones maravillosas llenas de humor y buena perspectiva, esas charlas llenas de entusiasmo, vitalidad y experiencia que te regalan (solamente si lo mereces) octogenarios fabulosos que visten camisa de cuadro fino y chaleco azul marino, boina marrón y gafas de pasta negras, abuelos adorables que juegan a la petanca en los días en los que el sol les concede una tregua a sus cansadas rodillas y a sus manos llenas de historia y artritis.
No os podéis hacer idea de lo increíble que resulta pasar tiempo junto a ellos, sentarse y mezclarse, escuchar todo lo que cuentan, reírte a mares con sus alucinantes anécdotas, apoyar las manos en tu cara, inclinarte hacia delante y disfrutar como una loca de sus historias de amor, de las ocurrencias inventadas para poder darles un puro y casto beso a las amadas, de los árboles a los que trepaban para regalarles alguna flor, de lo orgullosos que se sentían cuando esas damiselas paseaban de su brazo en alguna tibia tarde de domingo.
Ellos, ellas, tanta vida.


En fin, que yo siempre encuentro señales, dicen que es porque sé ver, yo creo que es porque me gusta mirar, sea por el motivo que sea, cada día es un regalo, son un montón de oportunidades regaladas, de posibilidades que están ahí para ti, para que las cojas, para que cambies cosas, para que marques un número y digas un te echo de menos, para que escribas algo bonito y se lo mandes a esa persona que no te puedes quitar de la cabeza.


Cada día es tuyo.
Cada día es irrepetible.
Cada día son horas que te pertenecen, tiempo que respiras, que vives, que sientes.
Vivamos pues, vivamos con el corazón y arriesguémonos a vivir la vida como hay que vivirla, no somos supervivientes, no somos náufragos, somos los únicos capitanes de este viaje.
Hasta pronto, levad anclas y feliz travesía.














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