No te encuentro

El sol se cuela entre las láminas de madera de la vieja persiana verde, proyectando unas curiosas sombras en la pared, juego a hacerlas reales, a buscarles una vida y un porqué. Hace calor, ese tipo de calor pegajoso que adormece todos los sentidos sumiéndolos en una profunda pereza, de esas que no es fácil librarse, cual mosca en el frutero de uvas maduras y perfumadas. Me levanto con mucha dificultad de una siesta de la que dudo de sus efectos beneficiosos en una calurosa y eterna tarde de agosto, recorro la casa alta y blanca como la nieve de la antigua calle San Luís, voy en tu busca, quiero preguntarte si tienes ganas de salir a dar una vuelta y acabar en la horchatería de siempre, apetece y mucho un gran vaso de horchata.
No te encuentro.



Subo los peldaños de piedra de dos en dos preguntándome dónde estarás y si acaso habrás ido sin mi, miro el reloj por si las horas se han escapado como arena entre los dedos, no, no es tan tarde me digo tranquilizadoramente.
Salgo a la calle por si la estás barriendo, o por si se te ha ocurrido refrescarla a base de cubos de agua para que luego todas podáis sentaros a hacer ganchillo y hablar de la vida pasada, de lo mucho que aprendisteis, de todo lo que extrañáis de un tiempo que siempre decís fue mejor y de lo mucho que dudáis de un futuro que bajo vuestra sabia mirada, no es nada alentador.
No te encuentro.

 
 

Me acerco esperanzada hacia el colmado del barrio, hay mucha gente dentro, desde fuera no consigo ver si estás o no, me abro paso entre un par de señoras regordetas que se pelean por la última lechuga que queda, la señora Inmaculada me dice que no estás, le agradezco la información y salgo inquieta dando una vuelta por la calle de atrás por si acaso estás entretenida arreglando el mundo y no te das cuenta de la hora que es y de que estoy preocupada.
Regreso a casa y empiezo a llamarte, nadie responde, qué extraño, si juraría que había oído tu voz.
Bajo a la entrada y me siento en el peldaño, quiero esperarte ahí, inexplicablemente me siento nerviosa y solo tengo ganas de correr hacia ti en cuanto te vea y abrazarte, indagar dentro de la bolsa de rafia violeta que siempre llevas cuando vas a hacer recados y preguntarte si has traído algo para mi. Tengo ganas de que hagamos la cena juntas y nos sentemos a ver alguna película después, que me digas que ya la has visto aunque yo sepa que eso es imposible, y que la comentes con tu experiencia y criterio y no me dejes escucharla con atención.
No te encuentro.


Las horas pasan, y la luz empieza a oscurecerse, la tarde da paso a una noche que aun perezosa en sus primeras horas, no cede terreno a la claridad acogedora que se difumina en el horizonte. Me pregunto si te habrá pasado algo, y si debo llamar a alguien.
Un sueño pesado me arrastra y me dejo llevar, me pesan los párpados y siento la cabeza perdida, un tanto ausente, el calor me induce un sueño profundo, no siento el aire, nada se mueve, inquietud y desasosiego.
Una voz familiar me habla, un timbre conocido y querido, una tranquilidad que se asienta en el estómago y unas piernas que quieren ponerse en pie para ir en su busca, la voz está cerca, y mis pasos se apresuran, no logro encontrarte, no sé donde estás. De repente siento miedo, estoy asustada porque quiero encontrarte, no comprendo porque no doy contigo, no sé que está sucediendo, la voz de nuevo, corro hacia ella.
No te encuentro.


Las lágrimas me empañan la mirada, los ojos me escuecen, y me siento tan cansada que hasta las fuerzas parecen haber desaparecido, me arrodillo en tu habitación, las manos apoyadas en las rodillas, el cuerpo vencido y la esperanza alterada, y tu voz detrás de mi, una voz que susurra que todo está bien, que solo es un sueño, que siempre estarás ahí aunque no pueda verte, arriba niña dices, arriba, levántate del suelo y prepárate una tila, todo será mejor después.
Arriba mi niña, solo ha sido un sueño.

Me despierto sobresaltada y empapada en sudor, mi corazón galopa dolorosamente en el pecho, noto la boca seca y los sentidos alterados, noto esa sensación de inquietud cuando presientes que algo no va bien, me levanto y poco a poco vuelvo a la calma de la normalidad que te aguarda tras un sueño agitado, observo la pared, el techo, el suelo, y escucho el silencio que reina en la casa, todo está bien, todo es real otra vez. Me deslizo hacia la que era tu habitación, acaricio la colcha que tu misma tejiste, observo tu foto de boda, tan serios los dos, recuerdo que siempre lo comentábamos, recuerdo que tu decías que eran otros tiempos, y eso, normal en ellos.
No te encuentro abuela, pero tu aroma sigue ahí.
No te encuentro abuela, pero jamás dejaría de buscarte.
No te encuentro abuela, pero dime dónde estás y que te abrigas bien.
No te encuentro abuela, pero dime que sabes que volveré a verte.

 
 
Me abrazo y voy a la cocina, rebusco en la alacena con la esperanza de hallar alguna bolsita de tila y hacerte caso, confío en que no caduquen las infusiones, ajá, la encuentro y pongo agua a calentar, la noche está plagada de vivas estrellas que centellean emitiendo innumerables guiños que regalan al que tan solo quiera mirar hacia arriba, ahí estás tu, guiñándome el ojo en señal de aprobación, claro abuela, yo siempre te hago caso.









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