Cerrar los ojos para poder ver

Un día me pasé una tarde entera sentada en un viejo café de una calle glamurosa de una ciudad que amo y que a estas alturas seguro que adivináis.
Una tarde entera, ni una hora, ni dos, entera, tanto que las tazas se apilaban como mini réplicas de la Torre Pisa porque le supliqué al camarero que no se las llevara, no fue una tarea sencilla ya que el pobre me miraba cómo si me hubiera vuelto loca, pero yo quería inmortalizar el momento y esa era sin duda una de las mejores formas, mi legado de tazas blancas con restos de cafeína para grabar en la memoria una tarde importante.



¿Que qué hice en esa tarde?, fácil, replantearme mi vida de principio a fin, da vértigo, lo sé, suena a soneto bucólico recitado debajo del balcón de la doncella amada, pero es cierto.
Me estrujé mucho la cabecita tratando de comprender porqué nos pasamos buena parte de nuestra vida haciendo cosas que no queremos e intentando que nos gusten cosas que jamás nos gustarán. Y es triste, porque tal vez haciendo eso perdemos oportunidades reales de vivir como realmente queremos haciendo cosas que verdaderamente nos gusten.
Miedo, el miedo tiene nombre de tango y siempre nos hace bailar con la más fea, acabar con él es difícil, por supuesto que lo es, es realmente complicado, es como separarse de un hombre al que amaste mucho pero que con el tiempo y la madurez prefieres que se vaya y haga felices a otras.



Porque hay trenes que pasan una única vez.
Porque a veces es ahora o nunca.
Porque fracasar es un verbo estúpido.
Porque en el fondo siempre supiste lo que no querías.
Porque siempre hay señales para el que quiere ver.
Porque vive tu vida como la quieras vivir.
Porque eres perfecto para ti y para el que de verdad te quiera.
Porque seguir no es una opción, es pura obligación.
Porque eres luz aunque te sientas a oscuras.

Jamás tendremos las cosas claras, por un motivo u otro siempre habrá una duda que surja y una ceja que se arquee en señal manifiesta de interrogación, no nos engañemos, eso es así, pero si lo vamos a intentar, que sea hasta el final.
En estos días de largas sobremesas, de profundas charlas animadas por el exceso de dulces y alcohol, avivadas por la ausencia de siestas apaciguadoras, me doy cuenta de lo poco que conocemos a quienes nos rodean, familiares a los que solo vemos una o dos veces al año, cuyas vidas son un misterio y ese día todo parece tan normal, tan cotidiano, luego están los primos, los primos lejanos, los tíos lejanos de aquellos otros primos cercanos, que ni idea oigan, gente a la que uno cree conocer.
Observo, y veo cansancio en el rostro de muchos de ellos, reconozco la incapacidad de manifestar sentimientos, de decir lo que realmente se piensa, lo que de verdad se desea.



Vidas con multitud de espacios en blanco.
Vidas fingidas.
Vidas no vividas.
Observo a mi madre y me doy cuenta que en realidad no sé nada de ella, me viene a la cabeza un maravilloso libro que os recomiendo, se titula "Mi madre"   de Richard Ford, leedlo y entenderéis de qué hablo. Las vemos todos los días, las ubicamos, creemos saberlo todo acerca de ellas, conocemos su olor, sus gestos, sus manías, aquello que las hace enfurecer, pero, ¿sabemos en realidad quiénes son?.

 
Hubo una tarde en la que yo decidí ser feliz.
Hubo una tarde igual a otras pero distinta a todas las demás.
Hubo una tarde en la que todo cambió.
Hoy soy el resultado de aquella tarde y del miedo que arrojé desde el puente en el que todo se hace realidad, hoy no es aquella tarde pero si cierro los ojos, aún siento el sabor de su café.







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